DISPERSIONES

DISPERSIONES

viernes, 25 de febrero de 2011



VII


Tengo muchas noches tristes
en este invierno perpetuo.
Como cuando te acercabas cautelosa
apartando brazadas de hoja estéril
que crujía con el devenir del viento
y de tu cintura.
Me sentaba en la tierra,
bostezando bocanadas gélidas
que se deshacían como terruños,
volteaba tus ojos al cielo poblado
de vetas como algodón de azúcar
mientras la navaja sisaba y recortaba
trozos que son oro.
Lagartijas y otras vidas pululaban
entre los dedos de los pies
ennegrecidos por el barro.


Luego te alejabas,
altiva,
rozando con tus manos los troncos
que se abrían,
desmesurados,
para abrirte paso.


Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-


IV


Se arrastra a ras de suelo
ese azote ecuánime que barre
a modo de plumero versátil, tu morada.
Golpea cantos,
grillos, salamanquesas y algún sapo tardío
que ventila a través de la ventana
tu salón inquieto.


Cercena.


Separa tronco y raíces que no quisieron
abandonar esta tierra;
tierra flamígera y acaudalada
hasta este promontorio próximo...


¿Dónde se cobijará esta vida?,
(participa severa de éste, mi sueño),
¿clamará al estío por las cicatrices
que ha de lamer, fría e insaciable,
la fina hoja de esta hoz bellaca?.


Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-

martes, 22 de febrero de 2011





La experiencia y la filosofía, caso de no hacernos más indulgentes y humanos, son dos adquisiciones que no valen lo que cuestan.-



Alejandro Dumas.

V


Apuraste, con el dorso de la mano,
el íntimo resquicio grabado sobre sudor
de ese rimel lánguido, hoja,
que te llega navegando.


Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-
IV


Un hilillo manso,
fino, ahora que recuerdo,
me empalaga de aromas dulces.
Me entristece el lápiz de labios
marcado en la hoja:
promontorio de sales
licuadas.
Campea el gusano
ahondando la tierra fértil
entre rocas que sirvieron
de asiento mil veces.
Enhiestos me sonríen
y en el suelo,
chupones que hacen manto.


Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-
III


Mece el aire tus brazos que claman
agua limpia que desborda la acequia
(siglo tras siglo el camino horadado)
donde ayer fuiste semilla
y hoy pugnas en el recuerdo.
Ayer fingía tu extraño roce
de broza enredando pies y manos:
tierra, piedra, agua,
agua furtiva que puebla barranqueras
y vive en el rincón más absoluto
del triste trino de la tarde.
Manto verde.
Campo negro, marrón ojerizo.


Y el destello de una gota, sublime,
a horcajadas sobre la pereza.


Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-
II


No me acostumbro a no verte
mientras te deslizas, poderosa, por mi espalda
hasta el surco que abre la grieta
de mi descanso.


No me acostumbro a no empaparte,
olerte siquiera,
reprimido el bostezo de un sueño
que brilla como el sol en los ojos.


Ni me acostumbro, ni quiero:
se aleja en el morral un terrón sabio
y agridulce
que se hunde en la tierra
bajo las albarcas.


Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-
I


Cenizas.
Lóbregos tirabuzones que se elevan
entre mi cielo
y un suelo yermo y siliconado;
obscenas pantomimas ensartadas en la retina.


Un manto verde.
Trece silencios repetidos y embadurnados
en azabache
lisonjero y mustio,
un viento cálido.


La hoja que corta.
Anhelos dentados como guadaña aterciopelada
que no es de este tiempo.
Mi tiempo.
Un tiempo dibujado con carbón
en densos remolinos.


Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-