DISPERSIONES

DISPERSIONES

miércoles, 18 de diciembre de 2013

ACERCADME



Acercadme a una esquina solitaria,
donde la noche se vea día,
donde el día no tenga tiempo
          sino bostezos.
Acercadme a calles sin prisas,
a pleitos ganados desde ayer
en desconchadas habitaciones
          de hotel.
Acercadme ahora.
Que no halle modo
de encontrar rutina
que me amanse,
a un lugar donde encuentre
lágrimas furtivas, acercadme.
Acercadme a versos
salidos de almas inquietas,
de vahídos que no toquen fondo
          ni envidias,
donde existan canciones
que ericen el pelo
          de la nuca.
Acercadme a casas pobladas
de sueños lascivos,
de muchachas que adormecen
          plenas de fuego.
Acercadme hoy mismo,
que luego he de marcharme.



Del poemario "Crisálida de pensamiento" (inédito), de Juanjo Cuenca.-

PREGUNTAS





¿Me ha preguntado alguien
sobre lo que pienso,
si me gusta vaciar mis ojos
a cada instante,
si caigo o me elevo
por encima de verdades
que no fueron dichas,
sobre qué pido
o entrego a manos llenas,
cómo me enervo
o cómo callo?.

¿Se ha parado alguien a  pensar
por qué grito,
por qué duermo despierto
escondiendo la cabeza bajo el alma,
por qué amo,
por qué odio sinceramente
cuando me duelen?.

A nadie se le ocurrió
encontrarme bajo las piedras.



Del poemario "Crisálida de pensamiento" (inédito), de Juanjo Cuenca.-

lunes, 16 de diciembre de 2013

LA CRISÁLIDA






LA CRISÁLIDA


A orillas del mar, cuando las olas acarician mis enjutos pies descalzos, cuando la brisa penetra entre mis parcas ropas y me susurra horizontes que jamás he de contemplar, deseo abrazarte a cada instante, Sachtalé.
Las gaviotas vuelan por encima de mi cabeza dibujando sombras en mi frente quemada, me observan desde la roca que lame el agua en el recodo de la playa, me gritan, baten las alas azotándose el pecho mientras el plumón se esparce por la arena y brilla al sol.
Jamás pensé que la tarde me embriagara tanto, que la luz se derramara sobre mí como a través de una fina gasa incrustándose en mis poros, uno por uno. Pronto vendrás, Sachtalé. Escucho tu latido en mi sien, tus manos recorren mi vientre abriéndose paso a través de mis entrañas, tu sangre se confunde con la mía en un río alborotado. Ahora mi cintura está ancha como anchas son las tierras de Tacuarembó. Mis pechos son dos alforjas repletas de vida que oscilan desafiantes a cada paso que recorro, mi piel es más sensible a las caricias… Pronto vendrás, hijo. Pronto.
Un ave que parece más joven que las demás se acerca demasiado a mí con el pico abierto y las alas en alto. No cabe duda de que apenas si es todavía un polluelo por la insensatez que demuestra. La gaviota para en seco…, me mira directamente a los ojos…, retrocede. Mientras la veo alejarse, bamboleando el cuerpo intentando esquivar la espuma que le lame las patas, se vuelve de nuevo hacia mí y lanza un chillido agudo que no esperaba. Parece un rayo convertido en ruido, atravesando lacerante mis oídos.

Soy una mujer que no fue domada. Soy Siamhdú, la que no entiende de reglas ni de dueño. Pero vivo para ser tu esclava, para defenderte con las uñas arrancando trozos de carne del rostro que ose decir que no eres puro, que eres un mal nacido porque no se sabe quién es el que me ayudó a engendrarte yaciendo a mi lado sobre la hierba, hijo. Eres como el aliento suave que despeja mi cabeza, como el trino de un pájaro de mil colores escondido entre las ramas de mi regazo, Sachtalé. No lo olvides… Allí en Tacuarembó todos son hijos de la furia. Las mujeres no podemos amar cuando sentimos una punzada en el corazón y se nos endulza la boca como con miel de colibrí. Eres yegua para trato: lozana y con riendas cortas. Aún tengo presente en mis costillas la vara de mi padre, las cicatrices me supuran odio contra el hombre que quiso atarme a un ser despreciable, a un ser que me doblaba la edad y el rencor. Tuve que escapar, hijo, Sachtalé…, que el amor es un caballo veloz y poderoso…, que la noche es fiel aliada de la esperanza. Soy bastante bonita, mírame, ¿acaso no son mis labios como fresas que han crecido arrulladas por el canto del río?, ¿no son mis ojos dos ascuas que centellean como una hoguera recién encendida y mi pelo tan negro como una noche sin luna?. Mi piel es de color aceituna…, mi aliento, tan gris como la ceniza. Soy Siamhdú, la bella, el misterio, la más desdichada de las mujeres. No lo olvides Sachtalé. No lo olvides…

Hay ocasiones en que necesito dormir un poco para sentirme confortada. Entonces es cuando con más nitidez le veo sonreírme. Ojala te parezcas a él, hijo. El más fuerte, el más aguerrido de la tribu, bello como el rostro del sin nombre… Me parece sentir el tacto de su piel, sedosa y a la vez curtida, y me siento desfallecer de amor y deseo. No siento pudor, soy sólo una mujer…
No veo de llegar el momento en que nazcas. Estoy cansada y triste como el guerrero que vuelve vencido y con el alma rota. Creo que voy a echarme sobre la arena tibia y voy a cerrar los ojos para que el sol caliente nuestros cuerpos. Siempre me ha gustado el olor del mar, lo inmenso que es. Ahora no desearía otra cosa que ser gaviota, levantar el vuelo y ver mar por todas partes, con su azul como un reflejo en el pecho y la sal secándome las lágrimas. Te llevaría sobre mi espalda a Tacuarembó, el Paraíso, el cruce de todos los caminos…, te sujetaría por los dedos…, te enseñaría a volar más allá de donde sopla la brisa. Tacuarembó…, Tacuarembó…, ¿volveré algún día a Tacuarembó?.

He sentido frío de repente. Ya ves, Siamhdú la fuerte también siente frío a veces. Si te tuviera ya conmigo te cantaría una canción bonita para entretenerte y entrar en calor. Mis manos recorren mi vientre hinchado, ¿ves la piel tensa y resquebrajada intentando contenerte?. Hijo, Sachtalé, ahora se lo que debe sentir la crisálida que ha guardado en su interior una mariposa luminosa y termina por dilatarse y romperse para dejarla salir al exterior…, qué bonito ser madre, qué bonito regalar vida cuando aprecias tan poco la tuya.
El sol se está guareciendo detrás del filo del mar, las gaviotas han volado lejos de los peligros de la tierra, todo está envuelto en sombras. ¿Oyes ese ruido, hijo?. Sí, ese como de golpeteo de corazón contra el pecho. ¿Serán acaso los tambores de muerte de Tacuarembó?. Espero no llorar. Eso no.

                                          *******

-         ¿Cuándo la han traído?.
-         Esta mañana, doctor.
-         ¿Porqué la han desnudado?.
-         Está tal y como la encontraron, doctor. Ni siquiera la han lavado. Estaba en un callejón completamente desnuda, bajo unos cartones, inconsciente. No llegará a la noche.

El médico observaba detenidamente a aquella mujer frágil que yacía sobre la cama. Venía siendo normal que les llegase al psiquiátrico gente en este estado, ya que el hospital de la ciudad se encontraba saturado y no disponía de habitaciones libres y mucho menos de camas. Pero la simple visión de esta mujer, su abultado vientre a punto de estallar surcado de venas azules, su rostro que transmitía una serenidad absoluta, le estaban poniendo enfermo.

-         ¿No se puede hacer nada por el niño, enfermera?.
La chica se encogió de hombros.
-         Supongo que no. De todas formas, antes de que la madre muera, se le practicará un cesárea. Ya está todo dispuesto.
-         Dios…, qué cosas pasan en este condenado manicomio…
La enfermera se dispuso a alejarse por el pasillo mientras tomaba unas notas en un bloc que llevaba bajo el brazo. Su cuerpo era ágil, parecía la pluma de una gaviota cayendo desde una roca.
-         Perdone, señorita. Una cosa más. ¿Tenía algún tipo de documentación?, quiero decir…, ¿se sabe su nombre?.
Ella se volvió rápidamente y bajó los ojos posándolos en el suelo, justo a la altura de los mocasines del médico.
-         Ya le dije que se encontró desnuda, sin ropa, sin bolso, sin papeles. Pero…, no sé… Desde que vino no para de musitar cosas todo el tiempo. La mayoría son palabras sin sentido y entrecortadas, pero creo haber distinguido un nombre…, o algo parecido.
-         ¿Cual?.
-         No cesaba de repetir: soy Siamhdú…

                                                       *******

   Ya ves, hijo, lo fría que es la noche. Y más cuando es tan solitaria como ésta, cuando no se ven estrellas por ningún lado. Me he quedado tan vacía sin ti que me duele la soledad. ¿Dónde estás, Sachtalé?. No puedo tocarte, no te escucho llorar…, ¿porqué no trepas por mi pecho para besarme en los labios?.
   Algún día amanecerá detrás de las dunas y podremos perseguir juntos la lengua de espuma que deja el romper de las olas, antes de que el agua se filtre bajo nuestros pies. No te asustes, vida mía, de esa gaviota que parece amenazarte mientras te mira a la cara y levanta las alas. A poco que te acerques volverá sobre sus pasos, dejando exhalar un grito que te romperá el alma.



                                                                                                 Juanjo Cuenca



2º Premio en el 1er Certámen de Relato Corto Municipio de Albuñol (1998).-

domingo, 15 de diciembre de 2013




                                                                       VI



Al llegar lejos de ti
-más no pude, es imposible-,
me di cuenta de la nieve que me cubría
y la carne se me abrió en dos, ¿seguro?; era lunes
y el camino era angosto;
-"Eres como una gota de beso"- me regañas,
y al mirarte a los ojos,
crecí en la inmensidad impoluta, en la necesidad
de poseerte,
-fundir los cuerpos y después el invierno-;
más tarde aún partí para nunca:
desde entonces, escondido, vivo en el país de los ingratos.




Del poemario "La mirada fingida" (FIN), de Juanjo Cuenca.-

sábado, 14 de diciembre de 2013



Y ahora te has vuelto serena, ¿o no?, íntimamente serena,
como si toda tú hubiese sacrificado
el instante último de todos los momentos
                    reprimidos,
y te elevases, etérea, por encima de cornisas enmohecidas que
                   destripan gorriones huraños y encarados,
y te olvidarás ya de la coartada que promete una tarde
de fútbol, un paseo en la orilla o la elegante levedad
                   de una calle recién regada,
con sus charcos y sus adoquines grises y sus perros
                    famélicos y destruidos,
convidándome a un baile para el que siempre
                    estuve, bajo sospecha, preparado, atenazado
para aquel baile:
                                                  deshielo
que abría canales a través de la suerte y la marea,
y que hoy ha crecido en una inmensa bagatela de caricias
                    y pinos,
porque nos queda la plenitud,
porque nos queda la plenitud y aquella mísera gota
                   de aliento,
porque regreso en cada derrota hasta tu pecho,
y me acicalo las heridas que me supuran plenitud
                   de alma,
el alma que adolece de cintas de colores, de orgullo,
el alma que está rebosando de rincones oscuros,
que se empapa de rincones oscuros,
que se está meciendo oculta
                                                  tras tu cadera,
y te has vuelto serena, ¿o no?, ¡te has vuelto serena!,
como la efigie acusadora que han amado todos los hombres
                    que soñaron con el apetito de un mirlo,
como la brisa incorregible y altanera,
como la última y desdichada frontera.


                                                                        ........./////.........



Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-



Maldigo al dolor y a cada instante que he perdido
                    desolado tras las cortinas de una habitación
                     incierta,
buscando famélico un beso
que llevarme a escondidas para que
no lo mojen ni cilancos ni escarchas,
y recupero golpe a golpe todas las minuciosidades,
y recupero, asombrado de ti misma, el sinsentido
                    de palabras arrastradas,
el abatimiento que me fecunda por dentro
y que me espera en la desolación muda de los portales
donde la vejez acicala rescoldos e intenciones,
donde la vejez permuta en deshielo para que todo
                    comenzase
y no vuelva el jaleo ha instalarse lejos
de este horizonte que he perdido entre tu blusa:
como el esperpento tiznado de óleo,
o la guayaba dulce que impregna tu pelo, ¡sin tiempo!,
ahora que el latido se esconde y es más suave,
ahora que es más suave y el túnel menos angosto
que el rencor que nos cubre a traición,
ahora que me he quedado lleno y desvalido
                    galopando carnes cetrinas y estrellas,
ahora que permanezco mudado, entero y displicente,
tiéndeme un puente de reservas y abedules para
                    alejarme de esta otra orilla sin fe,
tiéndeme un puente porque el lodo es como un vestido
y zozobra en las bocas de aguerridos niños, viudas y rateros,
tiéndeme un puente, allí, tiéndeme un puente
hasta que la leche me supure en las costuras
y las venas clamen pidiendo sitio;
tiéndeme un puente en las mañanas de cuento y en las tardes
                    de siega,
en la parsimonia de los momentos enjaulados sobre camas de
                    bronce,
en los silencios largos y las verbenas continuas donde
                    el resquemor de los santos obra milagros desteñidos
y panes ácidos,
en la desesperanza incólume de los travestidos y en la pena que
                    regresa,
tiéndeme un puente, allí, tiéndeme un puente ahora y
                    mañana,
en el adiós de los suicidas.


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Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

viernes, 13 de diciembre de 2013



Ahora que han pasado los años
y todo lo pasado es como un borrón en el bloc de un contable,
ahora que han pasado los años
necesito amar despacio, 
necesito amar donde el pudor quedó reunido,
donde quedó reunido y agazapado tras los sublimes
                    poros,
donde quedó reunido para vivir someramente,
para vivir de los pedazos y de las fiestas improvisadas
                    en los veranos terruños con olor a sal.

Quien no se ha rendido al amor malvive en un sendero
                    calcinado
y menosprecia al trompetista que hace de su balada
                    un himno,
menosprecia el placer que hace refrescar a los pájaros
                    en los charcos,
los pájaros que pían menudos como menuda es toda
                    esencia;
aún no es tiempo, todo llega por error o por
la convicción más genuina y maltrecha:
el amplio bagaje de ruidos suicidas y
                    dardos;
la luz cada amanecida;
y ahora necesito amarte despacio
asaltando vallas y yedras en las tapias como
                    un ladrón locuaz,
pero me oprime el sinsabor acre de este viaje,
la llaga dulce de tu aguijón aterciopelado
ahondándome en los huesos
y rescatando una a una las lunas proveedoras
                    para saciar el instinto,
y que solo quede la incertidumbre de tu vigilia
como ha quedado el bagaje de todos mis ruidos.


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Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

jueves, 12 de diciembre de 2013



Ahora que han pasado los años,
ahora que unas pocas canciones arden en nuestros corazones
y los presagios vaticinan la caída de los dioses,
ahora que me miras diferente,
necesito amar despacio, necesito amar despacio: el pudor
                    quedó reunido,
quedó reunido en un solo hueco transitorio
donde el aire se sufre con un olor prematuro
                    de derrota;
igual que el efímero soliloquio, el íntimo soliloquio
                    que nutre la voz de un vendedor ambulante,
igual que el efímero soliloquio de aquel que canta
                    en el metro,
igual que el efímero soliloquio de los locos
                    y desvariados,
y quiero seguir amando con todas las certezas
porque no hay mayor certeza que el amor
                    que no tiene nombre.
Has de saber que en la vida todo tiene su propósito,
la intención y la causa, la querencia y el desprecio,
porque ahora debo decirte,
debo acompañarte, aunque sea durante un trecho,
para resarcirnos con la bendición
de un todo impío y mohoso;
debo acompañarte, si es preciso a ningún lado,
hasta que termine convirtiéndome en humo o en lluvia,
pero el amor es certeza,
es lo único que queda,
el miedo, la fiebre, los días,
aquello que nos brota de muy adentro,
aquello que nos brota, o no brota, detrás de los
                    cuerpos cansados,
cede sus impulsos ante su magnificencia y se vacía
                    de razones y telarañas,
y se vacía de razones,
ante el motor del mundo.


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Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

miércoles, 11 de diciembre de 2013



Y como llega todo, hasta lo más cotidiano, llegó
                    el deshielo,
y el día aquel, también llegó con un vestido
de espuma blanca y rizada que te cubría el cuerpo,
porque eras como una ola inmensa arrasando
                    nada a tu paso,
porque... brillabas toda,
te elevabas en el aire desde el suelo,
te elevabas hasta la puerta
donde te esperaba el anhelo como un caramelo de
                    limón en la boca de un niño,
brillabas toda
cegando una a una todas las miradas que te conjuraban,
y,
avanzando segura,
segura de todo, segura de mí y por mí entonces,
apoyaste la mano en la piedra antigua para colocarte
las flores que te olían,
las flores que te olían en el pelo y
en los labios,
caminando luego hasta lo alto para decir una palabra
tranquila, y la voz se me quebró por dentro
cosida a mi pecho tras las verdades que no han sido dichas,
y meciéndose despacio por el peso de la tarde
que no acababa de cerrarse,
que no paraba de cerrarse sobre toda tú,
que no acababa de regalarme
el don precioso de la duda, el don de la belleza
de ese instante de septiembre,
y me decías sin hablarme,
y me dices como un presagio de lluvia fecunda y
venidera,
lleno de vigilias, llantos y chupetes,
y para que el reloj de nuestros cuerpos sonara en perfecta
                    armonía
como el mecanismo de un tiovivo itinerante;
y ahora te has convertido en almacén,
y convirtiéndote en almacén
has reunido todo para saciarte,
y ahora sigues convirtiéndote en el fuego que ha de quemar
                    suicida
toda la herencia de nuestros pecados;
y aprovisionarás el muelle de corazones anhelantes,
o aletearás ingenua,
suplicando a media voz una carta que jamás fue escrita
                    ni imaginada
para otorgar la duda como bandera,
y rezarás callada, supurando condescendencia, para arrebatar
                   el hambre y los miedos,
para sugerir un verano cálido de brisa y salamanquesas,
para sugerir un verano tibio,
para sugerir...;
y traerás, llena de mirada en labrantía, un pleito,
un desgarro profundo
como el alarido premonitorio de los muertos antes
                   de entrar en el quirófano,
y doblarás la espalda recogiendo años como quien recoge naranjas,
y doblarás todos los años,
y doblarás un poco más si cabe para que nada te impida
                   guardarte el rencor en los bolsillos,
invadiendo las aceras con un reproche.


                                                                      ........////////........



Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

martes, 10 de diciembre de 2013



Y ahora recuerdo como tras un cristal de agua, ¿sabes?,
¡ahora recuerdo! mientras escribo, Ana,
Ana, mientras escribo
la historia que hemos vivido para nadie
casi toda la vida,
que yo he dibujado a nuestro antojo casi toda la vida,
que tú...
que yo adorno,
he dibujado soñándote, soñando sin ti,
soñando para ti casi toda la vida
en que nos amábamos con fuerza sobre todas las idas,
porque mentía soñándote con otro nombre
y más tarde nos refugiábamos en los portales y miábamos
ateridos y mojados,
atentos a la congoja que parecía doblar la esquina,
atentos a la congoja que parecía un regalo abandonado
que aún Dios escondía entre los pliegues de su túnica
como la primera vez,
                                                           como aquella vez;
aquella perdída vez; aquella última vez
que era como una despedida,
que era como una agonizante despedida,
que fue un latido vívido
que yo he atesorado para lograr sentir,
que yo sigo atesorando
allá sobre el monte de tu pubis, allá en las páginas
estelares que se leen en tu vientre
y caen desoladas en la cama,
y cayendo se hicieron agua y fango,
cayendo hacia tu olvido.


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Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

lunes, 9 de diciembre de 2013




                                                                            V



Y ahora recuerdo como tras un cristal de agua,
ahora evoco los largos paseos juntos y dispersos
y cómo nos introducíamos en el mañana
y vivíamos cada día como un bautismo,
porque el furor aplacaba el ansia de la carne;
ahora todo es confuso en la rotundidad
de la memoria,
quizás piense en éxodos de fin de semana,
en tu amiga Inés -Inesita- que luego fue también amiga mia,
menuda como un grano de trigo
que se reúne para amasar el pan de la incertidumbre,
y en John, rascacielos nigérrimo y con sonrisa de luna,
con el que nos entendíamos casi, casi, en un Inglés
de párvulos;
y estoy sólo con los recuerdos, y te estoy viendo
acompañándome como siempre.

                                                            ¿No es así, Juanjo?.

y pienso en ti sentada
en la plenitud de un ocaso incierto
de luces y de sombras,
de luces que se apagan,
de luces que se apagan tras el miedo sucesivo que
                    muere encristalado,
y en mi rozándote los hombros una vez que la luz
                    se había apagado,
como el cielo que va buscando un azul más íntimo,
y resulta que yo solo era un apéndice,
no es así,
un fino hilo que atabas a tu meñique para llevarme
a tu antojo como el que capitula para siempre,
y es tan triste sentir,
y es tan triste ese barro que tienes todavía,
ese barro donde me hundo con las plumas inservibles,
ese barro tan fresco donde no se conoce la inocencia,
donde me hundo,
donde me voy hundiendo buscando ojos en el vacío,
el mismo vacío que se va quedando un poco cojo,
que se va reproduciendo lentamente
para abarcarlo todo.


                                                                                       .........////..........



Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-