DISPERSIONES

sábado, 14 de diciembre de 2013
Y ahora te has vuelto serena, ¿o no?, íntimamente serena,
como si toda tú hubiese sacrificado
el instante último de todos los momentos
reprimidos,
y te elevases, etérea, por encima de cornisas enmohecidas que
destripan gorriones huraños y encarados,
y te olvidarás ya de la coartada que promete una tarde
de fútbol, un paseo en la orilla o la elegante levedad
de una calle recién regada,
con sus charcos y sus adoquines grises y sus perros
famélicos y destruidos,
convidándome a un baile para el que siempre
estuve, bajo sospecha, preparado, atenazado
para aquel baile:
deshielo
que abría canales a través de la suerte y la marea,
y que hoy ha crecido en una inmensa bagatela de caricias
y pinos,
porque nos queda la plenitud,
porque nos queda la plenitud y aquella mísera gota
de aliento,
porque regreso en cada derrota hasta tu pecho,
y me acicalo las heridas que me supuran plenitud
de alma,
el alma que adolece de cintas de colores, de orgullo,
el alma que está rebosando de rincones oscuros,
que se empapa de rincones oscuros,
que se está meciendo oculta
tras tu cadera,
y te has vuelto serena, ¿o no?, ¡te has vuelto serena!,
como la efigie acusadora que han amado todos los hombres
que soñaron con el apetito de un mirlo,
como la brisa incorregible y altanera,
como la última y desdichada frontera.
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Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-
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