DISPERSIONES

DISPERSIONES

viernes, 26 de abril de 2013




ABSORTO TE MIRO UN MOMENTO


Absorto te miro un momento
por encima del hombro acostumbrado
a verte sin gasa;
paseabas
          deleitándote en claroscuros rincones
de letanía frágil (sencillos vestigios de mi vida),
entre sombras de bosques indomables.
¿Recuerdas,
          amigo de poco tiempo,
otros lugares más felices?.
El descuido te lleva por pasos opacos
que no anduvieron con suerte;
el mentón acariciado por manos que tiemblan
sin detenerse ahora
planea ahogándose por entre grietas de ladrillo.
Te has vuelto viejo, amigo,
yerma cae la chispa indeleble de tus ojos
que se aferraron a esta esquina.
Profano queda el silencio de tu caminar
a ningún lado,
a la piedra dura del sendero
que poblamos juntos.
Allá, quizás,
          en el fluído que aún riega tu sien,
amanezca todavía sin nubes negras;
no puedo acompañarte
ni mirarte siquiera mientras marches solo.

Tampoco pretendo seguirte:
no se han hecho para mí
parajes tan angostos...


Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.-

martes, 23 de abril de 2013



¡NO ME TOQUES EL FACEBOOK!


            Cuando hace unos días mi hija de 12 años se plantó frente a mí y me dijo: “papá, si me necesitas para algo estoy en mi habitación. Es que he quedado”, no pude por menos que echarme a reír por lo bajini, con una risita floja que variaba entre el estupor y el escepticismo. Entonces recordé con nostalgia cuando yo tenía su misma edad y también quedaba con mis amigos. En la calle, claro. O en algún portal o en la casa de algún compañero para charlar un rato y gorronear la merienda. Ya está. No había más misterio. Pero la proliferación en estos tiempos que corren de las llamadas Redes Sociales ha dado un giro radical al concepto de relacionarse. Y de paso, nos ha relegado a algunos al mismísimo Pleistoceno.
            Nos guste o no, no queda más remedio que rendirse a las evidencias… y a las nuevas tecnologías. Todo se mueve en torno a Internet, Facebook, Tuenti, Twitter… Todo el mundo conoce todo de todo el mundo: no hay secretos, intimidad ni descanso. Y si se nos avería el ordenador (Dios no lo quiera), quizás aguantemos un par de días sin “conectarnos”, sin mirar el correo electrónico o sin chatear con alguien. Pero sólo un par de días, tres a lo sumo. Después de este tiempo sin sentir bajo las yemas de los dedos el suave y conocido tacto del teclado de nuestro PC, comienza en nosotros una transformación que ya quisieran para sí los mutantes de X-MEN: picores varios, sudores, irritabilidad y un acuciado don de la ubicuidad para estar casi a la vez en la casa del primo, vecino o amigo, en un intenso periplo buscando donde conectarnos. Porque ya no sabemos, podemos ni queremos vivir sin las comodidades que nos brinda la tecnología. Porque es muy difícil renunciar al placer que produce estar “hablando” a la vez y en tiempo real con varias personas tan distantes en el espacio entre sí como una cabra montés y una tortuga de las Galápagos.
            Y volviendo a los hijos, a día de hoy ya no nos resulta extraño que no sepan lo que es escribir una carta con su papelito, su sobrecito y su sello como Dios manda, o que para descifrar lo que garabatean en sus “twitters”, correos electrónico y demás mensajes en la Red, donde brillan por su ausencia letras e incluso palabras enteras, necesitemos poco más o menos que a un equipo del C.S.I. Tampoco los castigos que les infringimos cuando han sacado los pies del tiesto son los mismos. Si antes se portaban mal, nos bastaba con amenazarlos sin tele o sin salir a la calle. Ahora eso no vale: ni les interesa lo más mínimo la caja tonta ni necesitan salir al exterior para realizarse y ver mundo. Pero probad a amenazarlos sin su ración diaria de Internet y para ellos será peor que un cataclismo que parece hundirles en la más negra de las miserias.
            Vaya, ahora tengo que dejarles. Me acabo de dar cuenta de que en mi Blackberry tengo un aviso de un mensaje entrante vía Facebook. Y es que ya no recordaba de que había quedado…



Juanjo Cuenca


COSMOPOLITISMO


Hubo una vez no hace demasiado tiempo, en que encontrarse por la calle paseando, o tomando un café en una terraza o atendiendo detrás de cualquier mostrador de ropa o complementos a alguien que no fuese nativo de la piel patria, era casi anecdótico. Como si todos esos ciudadanos que hoy en día nos son tan familiares (hablo de rumanos, lituanos, rusos, colombianos, sudafricanos, peruanos, argentinos, marroquíes y, últimamente, la gran invasión de población china que nos “esquilman” la cartera desde sus bazares y tiendas de ropa y calzado), hubiesen estado aletargados, escondidos o, simplemente, desconocieran en qué lugar de un mapamundi se ubicaba España.
Y hoy, digo, nos resultan tan familiares que hasta seguro tenemos a alguno o alguna casados con un primo, una hermana o una tía abuela, y no sólo porque ya nos parezca extraño entrar en un comercio y no ver a un chino que con buena voluntad y mejor sonrisa nos atienda, ni porque a determinadas horas de la mañana o de la tarde en algunas zonas de la Avenida de Salobreña y aledaños, o en la Rambla de los Álamos o en cualquier otro rincón se formen minúsculos corpúsculos de individuos que van salpicando de acentos irreconocibles las aceras, sino porque al cabo de los años, nos hemos dado cuenta de que los necesitamos para intentar purgar nuestros pecados y mala conciencia a base de limosnas o de frágiles palabras de aliento. Pero con las palabras no se come ni se paga la factura de la luz. Ni siquiera con las buenas intenciones.
Muchas de estas personas que andaban buscando su particular “El Dorado”, se han dado de bruces con la cruel realidad y se han dejado los “piños” (literalmente), en el camino. ¿Qué queda por hacer cuando no te queda nada?. Pues eso, lo que están pensando: malvivir y malfacer. No echemos balones fuera ni busquemos culpables. La cosa está así. Es lo que toca.
Este cosmopolitismo, este boom acentuado de crisoles y culturas que vivimos actualmente (no solo en Motril, claro está, basta con pasearse por cualquier parque de cualquier ciudad española o europea), también habrá de traernos en el futuro algo con lo que no contábamos: la indiferencia. Ya  lo verán venir. Porque aunque todos somos y nos consideramos de todos sitios, llegará un día en que habrá, quizás, demasiadas tiendas de ropa.
Pero todavía yo puedo, a pesar de los pesares y sin temor a equivocarme, gritar a los cuatro vientos y afirmar que soy “ciudadano de uno y muchos mundos”.-




                                                                                  Juanjo Cuenca


HERMOSURA FINGIDA


Eres una rosa, preciosa,
con espinas de amor que se clavan en mi espalda;
son tus pétalos como pliegues de tu falda
que vuelan merodeándote curiosa.

Eres viento que mece sin dueño.
Eres dulce aliento agrio y suave
que no mira hacia atrás, como hace el ave,
y que no vuelve, como al quemarse hace el leño.

No te siento cerca,
ángel dorado;
aunque sé que estás a mi lado
porque te venteo y mi miedo acierta.

Te escondes entre hierbas altas de telaraña
huyendo de una pasión que te asusta;
mas tu uña sigue clavándose, justa,
ahondando lenta pero con saña.


Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.-


ALLENDE OTROS CONFINES


Busco sin hallazgo
el solar que cubre el altozano:
miradas perdidas en acicate oportuno
de mieles.

Crece la consigna que abate
alas muertas y fulgores
que se desperezan,
ahora caen en pie.

Coge el Cáucaso de entonces
(siempre estuvo, no olvida),
la peana se resquebraja
por un sinfín de lugares.

Allende otros confines
de efímera estación de desprecio;
no busca pasto mi alma que se acerca
en un soluble tren de niebla.


Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.-

domingo, 7 de abril de 2013



ENTRE GRISES PASOS


Entre grises pasos, como la hojarasca,
se derrumba la conciencia del alma que me tortura.
Blanquecinos y desiertos parajes
de antaño
me devoran en ínfimas porciones impolutas;
no alcanza a ver tu mar que se desmorona
en pudorosos retazos
como líquido yermo de melodías,
como sangre que suelta su amarre sin soga.
No alcanzo a verte
perdido como estoy tras este triste recuerdo,
desnudo,
apresurado en venerarte y aborrecerte y venerarte...
Ansío deshacer mi corazón apergaminado,
que no haya rostro que no sea huésped 
de tus ojos
                    inquietos,
que no fluya la palabra, ni el deseo,
ni la mansa incertidumbre de quien vive en el otoño
o en sus campos de violetas tristes;
donde canta la codorniz rezagada no ha llegado
mi grito.
No logro contener mis vísceras entre las manos,
acaso se derramen indoloras hasta el rellano
del mármol frío donde copulé aquella tarde
sin nombre,
donde aborrecen las moscas el pastel de la alacena,
donde un velero se pasea sin estela, perpetuo,
surcando tu espalda.


Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.-


PALABRAS



Ruidos con el llanto,
dientes como abrazaderas a ras de los pasos,
pasos abrazados a la boca
que encandila el hueco suave del camino;

saciaba por entre la loma de la tarde
las quejas de los delfines de asfalto,
la agorera misericordia de lo cotidiano
errado de escepticismo:
anduve donde estoy,
entre palabras de rareza extrema
que se dicen hijas de la voz sin viento.

Estoy, ahora, donde quise.
Donde los niños retozan haciendo jirones
el bálsamo de las rodillas (piedra tosca
y sanguinolenta),
o los abedules apuntan traidores al nido de jilguero
que sobrevuela mi alma entre el haz de las hojas
                                        que me impiden de nuevo
el paso.
                                        El sol se escabulle
brincando sin titubeo detrás del pomo
que es mi frase;
el sol abre mi carne,
                                        cama difusa de palabras cortas.

Me acerco a las brasas,
entono súplicas por un desdén que me llena
esparcido entre flores de color púrpura.
Cosechan espadas como grajos negros.
Y el sibilino roce de un beso amortiguado
derrama grises puñados de saliva.
El eco se demora en la tapia,
son mis palabras mensajeras furtivas
que hacen leña entre los rescoldos.

El eco es ave de paso.
Es viento de incertidumbre,
objeto inconcluso, desarraigado
de la cima que esconde el sol de poniente.
Ahora el vacío es dueño sin fondo;
pedernal que se eleva en el incendio
atrapado con las manos reventadas en el pecho.
Me alejo como el agua baja
que está cayendo de otra sangre,
estanque de somera filosofía.

El parque, el columpio, el niño, el acceso
de una claridad que invade el camino,
se pierden. Ahogan en sus quejidos
una nota discordante de transparencias.
Ablanda feliz sombras en las cejas y corsés
que aprietan este nudo de niebla
goce del encuentro arcaico.

Por poco acaecida,
tal vez es una ilusión de plumas o una fecha:
el haz de espliego, la columna, la brisa,
esas calles conjugadas
¿reventarán esa mañana distante en mil formas?.
El recoveco es un monte:
pubis, tronco, lenguaje anodino
copulando detrás del ferrocarril
y a mis espectros vedado,
esparcido a los gorriones.

Yo soy aquello que fui:
margen desquiciado,
ambiguo muro de palabras indecisas.
El llanto es camino de perdedores,
el llanto nos vuelve voraces:
quisiéramos ensimismarnos de aire
en enredaderas que son pórticos,
nube de aglomerado que has inventado
y desgranado como perlas de albaricoque.
La asfixia es un manto:
apetito, oquedad. oscuridad tenue
derramada apresurada en mi lengua,
rala en la penumbra.

                                        La montaña de tu seno:
idolatro el cambio que supone la esfera.
El rudo resquemor de una margarita marchita.
El bochorno: más que sed, un aliento
de lumbre sucumbido en perplejas gotas
sobre tejados que son cunas:
la palabra se ensancha en veredas que son
carnes
hasta que se vuelven líneas oblicuas.

Revienta el espasmo, anuncia un discurso,
voltea sobre dinteles de gaseosa
y abandona lo que no precipita,
renace, más alejada de las mareas.
Antes de apagarse la vela -el suplicio
ya no fue lo que era y el amargo
descontento ya no fue suplicio-,
yo caminaba escondido en los senderos de Ítaca,
voces sin voces, sonido sin bisturí.

Cada siglo,
mortajas transparentes de adorno,
encallaban mi mente en el jardín de Ulises
enmascarado.Soy ciénaga que se derrama
entre la luz de un parpadeo.
Yo amé sin descaro al abrigo de otros
y domeñé el potro de la furia
del espectro de mirada eficaz;
deliré por la sábana empapada
que cubre tu cuerpo sin hambre:
la tristeza es legado desquiciado.

Que parta el infinito de tu rostro
a aquellas tierras preñadas de espanto.
Que no dé soledad la ubre,
que no den agua tus labios;
sólo necesito aquella tierna luz que se evade
entre el resquicio de mi canto.



Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.- 


jueves, 4 de abril de 2013



MATERIAL CADUCADO


Salobre me empalaga
la razón distante que me abruma
a cortos trozos.

Lanza la comidilla de acentos breves
de discordia;
acercándose me traspasa a borbotones
de incomodidad.

Me vuelco sin precocidad absoluta
de desencanto obvio y malforme.
Añejo arde mi rostro
desencajado.

En perpetuos tendederos de pinzas flojas
yace la vista
que más honda cae, por su propio peso.


Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.-
PERDIDA EN OZ



Te he buscado siempre.
Te he intuido, a veces, detrás
de cualquier resquicio cálido
y portentosas luces divinas.

Te he buscado en el trino,
en la agorera tarde de abril
que muere entre mis yemas
ralas;
te he deseado como el aliento
de un día mediocre y desaliñado.

Ya estás, por fin, aquí:
que no rompa este instante nada...

ni la sombra dantesca, ni la lluvia,
ni siquiera el libidinoso canto del abejaruco.


Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.-