DISPERSIONES

DISPERSIONES

domingo, 7 de abril de 2013



PALABRAS



Ruidos con el llanto,
dientes como abrazaderas a ras de los pasos,
pasos abrazados a la boca
que encandila el hueco suave del camino;

saciaba por entre la loma de la tarde
las quejas de los delfines de asfalto,
la agorera misericordia de lo cotidiano
errado de escepticismo:
anduve donde estoy,
entre palabras de rareza extrema
que se dicen hijas de la voz sin viento.

Estoy, ahora, donde quise.
Donde los niños retozan haciendo jirones
el bálsamo de las rodillas (piedra tosca
y sanguinolenta),
o los abedules apuntan traidores al nido de jilguero
que sobrevuela mi alma entre el haz de las hojas
                                        que me impiden de nuevo
el paso.
                                        El sol se escabulle
brincando sin titubeo detrás del pomo
que es mi frase;
el sol abre mi carne,
                                        cama difusa de palabras cortas.

Me acerco a las brasas,
entono súplicas por un desdén que me llena
esparcido entre flores de color púrpura.
Cosechan espadas como grajos negros.
Y el sibilino roce de un beso amortiguado
derrama grises puñados de saliva.
El eco se demora en la tapia,
son mis palabras mensajeras furtivas
que hacen leña entre los rescoldos.

El eco es ave de paso.
Es viento de incertidumbre,
objeto inconcluso, desarraigado
de la cima que esconde el sol de poniente.
Ahora el vacío es dueño sin fondo;
pedernal que se eleva en el incendio
atrapado con las manos reventadas en el pecho.
Me alejo como el agua baja
que está cayendo de otra sangre,
estanque de somera filosofía.

El parque, el columpio, el niño, el acceso
de una claridad que invade el camino,
se pierden. Ahogan en sus quejidos
una nota discordante de transparencias.
Ablanda feliz sombras en las cejas y corsés
que aprietan este nudo de niebla
goce del encuentro arcaico.

Por poco acaecida,
tal vez es una ilusión de plumas o una fecha:
el haz de espliego, la columna, la brisa,
esas calles conjugadas
¿reventarán esa mañana distante en mil formas?.
El recoveco es un monte:
pubis, tronco, lenguaje anodino
copulando detrás del ferrocarril
y a mis espectros vedado,
esparcido a los gorriones.

Yo soy aquello que fui:
margen desquiciado,
ambiguo muro de palabras indecisas.
El llanto es camino de perdedores,
el llanto nos vuelve voraces:
quisiéramos ensimismarnos de aire
en enredaderas que son pórticos,
nube de aglomerado que has inventado
y desgranado como perlas de albaricoque.
La asfixia es un manto:
apetito, oquedad. oscuridad tenue
derramada apresurada en mi lengua,
rala en la penumbra.

                                        La montaña de tu seno:
idolatro el cambio que supone la esfera.
El rudo resquemor de una margarita marchita.
El bochorno: más que sed, un aliento
de lumbre sucumbido en perplejas gotas
sobre tejados que son cunas:
la palabra se ensancha en veredas que son
carnes
hasta que se vuelven líneas oblicuas.

Revienta el espasmo, anuncia un discurso,
voltea sobre dinteles de gaseosa
y abandona lo que no precipita,
renace, más alejada de las mareas.
Antes de apagarse la vela -el suplicio
ya no fue lo que era y el amargo
descontento ya no fue suplicio-,
yo caminaba escondido en los senderos de Ítaca,
voces sin voces, sonido sin bisturí.

Cada siglo,
mortajas transparentes de adorno,
encallaban mi mente en el jardín de Ulises
enmascarado.Soy ciénaga que se derrama
entre la luz de un parpadeo.
Yo amé sin descaro al abrigo de otros
y domeñé el potro de la furia
del espectro de mirada eficaz;
deliré por la sábana empapada
que cubre tu cuerpo sin hambre:
la tristeza es legado desquiciado.

Que parta el infinito de tu rostro
a aquellas tierras preñadas de espanto.
Que no dé soledad la ubre,
que no den agua tus labios;
sólo necesito aquella tierna luz que se evade
entre el resquicio de mi canto.



Del poemario "Lluvia en los zapatos", de Juanjo Cuenca.- 


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