DISPERSIONES

DISPERSIONES

martes, 1 de mayo de 2012


INDIGNADOS



        Estoy indignado. Y lo digo alto y claro para que a nadie le quepa duda. Definitivamente sí: ESTOY INDIGNADO. Pero como no me considero una persona extremista (al menos no demasiado), ni alguien a quien le moleste o agobie cualquier nimiedad (no sea que alguno me tache de pusilánime), diré en mi descargo que, obviamente, no estoy (o no me considero) indignado con todo o todos.

            A decir verdad no me considero especial ni diferente a mucha, muchísima gente que va sembrando de urgentes diatribas casi todas las plazas y parques de muchas ciudades españolas. Estamos acostumbrados a poner la tele o la radio y toparnos de bruces con unas imágenes (en la tele, claro, no en la radio; no ha avanzado aún tanto la ciencia ni la electrónica) en las que, invariablemente, se nos presente a un grupo más o menos numeroso y/o tumultuoso sospechosamente parecido a otros grupos de otras ciudades en otros países: mozalbetes imberbes que plantan sus tiendas de campaña y se dedican a vociferar, o a cantar, o simplemente a hacer acto de presencia para la causa. Una causa que no es otra que la de todos nosotros, desde luego.

            Y es que unos pocos han tomado la calle para expresar en voz alta un descontento que es el descontento de toda una sociedad. Si bien es cierto que antes he hecho mención a “mozalbetes imberbes”, la realidad es que en estas manifestaciones-campamentos podemos encontrar personas de cualquier edad o condición social. Y es que estamos hartos, cansados de no tener trabajo y tener que mendigar todo tipo de subsidios y pagas por desempleo; porque nos enerva que anden prometiéndonos el oro y el moro sólo para que mantengamos la boca cerrada (ya se sabe, que así no entran moscas, claro, pero tampoco comida); porque hay infinidad de gente que no sabe cómo va a alimentar a sus hijos al día siguiente.

            Porque ustedes me reconocerán que es una verdadera pena tener a un hijo estudiando entre Preescolar y el fin de carrera una media de 18/20 años (eso si todo va bien y el nene no repite demasiados cursos, o no se hace necesario sacarlo de estudiar para que contribuya a la economía familiar) y que al terminar el pobre no tenga donde meterse y caerse muerto. Y de paso, esto conlleva daños colaterales como tener un hijo con 40 tacos y no poder sacarlo de casa ni con agua hirviendo, que también esto es un problema, oigan. Y de los gordos.

            En las últimas semanas hemos asistido a través de los medios como la comunidad estudiantil de nuestro país se ha levantado en armas (sí, en armas, que ya no levantan sólo la voz, sino también las manos) para reclamar unos derechos que deberían ser inamovibles. Nunca debería permitirse que para estudiar una carrera haya que “empeñarse” hasta el cuello, llegando muchas familias a sacar cuantiosos préstamos para ofrecer a sus vástagos un futuro mejor, más digno; o en el mejor de los casos no hace falta acudir al Banco, pero se cae en la necesidad de arrasar con los ahorros de toda una vida… Y esto tocando sólo el tema pecuniario, porque son muchas y variadas las reivindicaciones de nuestros universitarios.

            Que se pida que no se produzcan recortes en Educación, como en muchas otras parcelas de nuestra sociedad, es algo pausible y entendible; que para conseguir éste u otros propósitos igual de importantes y legítimos se recurra a la violencia por parte de unos cuantos sujetos que ni siquiera son estudiantes, sino que se apoyan en estas revueltas para hacer su agosto y destrozar todo lo que encuentran a su paso sólo por el mero hecho de hacerlo, ya no tanto. Porque no olvidemos que el derecho más genuino es aquel por el que deberían regirse más de cuatro energúmenos, que no es otro que el respeto por la vida y posesiones ajenas, por muy enfadados o descontentos que nos encontremos.

            Pues sí: estoy indignado. Aunque ya un poco menos ahora que, después de tanto despotrique, me he desahogado.