DISPERSIONES

DISPERSIONES

jueves, 31 de diciembre de 2015

CICLO POESÍA DE TERROR



La tumba (The Grave) es el poema fundacional de aquel grupo llamado Poetas de Cementerio (Graveyard poets) y quizás el modelo a seguir por los posteriores poemas de la muerte del romanticismo. Su autor es el misterioso Robert Blair, de quien se conservan apenas tres poemas.
La Tumba es un poema esencial para comprender la transición de la literatura inglesa y de su genética inclinación por la elegía. Dentro de sus versos blancos se resume toda una tradición, que se extiende hasta el Beowulf y más allá, donde reyes sin nombre son evocados por una legión de poetas olvidados.
Si bien se trata de un poema largo, La Tumba se desarrolla con cierta vorágine. Su trama es tan sencilla como profunda: El narrador, a quien podemos imaginar como el propio Robert Blair, se encuentra en un cementerio, en un camposanto viejo y ruinoso. Allí, rodeado por un escenario de árboles sombríos y penumbras furtivas, comenzará a reflexionar sobre la muerte, hasta que él mismo descubra que es parte de una secuencia demencial que concluirá (como en aquel cuento de Lord Dunsany) cuando se cierre la última tumba.



**********************


LA TUMBA/THE GRAVE




Mientras algunos sufren el sol, otros la sombra,
Unos huyen a la ciudad, otros a la eremita;
Sus objetivos son tantos como los caminos que toman
En la jornada de la vida; y esta tarea es la mía:
Pintar los sombríos horrores de la tumba;
El lugar designado para la cita,
Donde todos estos peregrinos se encuentran.
¡Tu socorro imploro, Rey Eterno! cuyo brazo
Fuerte sostiene las llaves del infierno y la muerte,
De aquella cosa temible, La Tumba.
Los hombres tiemblan cuando Tú los convocas:
La Naturaleza horrorizada se despoja de su firmeza
¡Ah, Cuán oscuros son tus extensos reinos,
Creciendo largo tiempo en deshechos pesarosos!
Donde sólo reina el silencio y la noche, la oscura noche,
Oscura como lo era el caos antes de que el sol
Comenzara a rodar, o de que sus rayos intentaran
Azotar la penumbra de tu profundidad.
La vela enferma, resplandeciendo tenuemente
A través de las bajas y brumosas bóvedas,
(Acariciando el lodo y la humedad mohosa)
Deja escapar un horror inabarcable,
Y sólo sirve para hacer tu noche más funesta.
Bien te conozco en la forma del Tejo,
¡Árbol triste y maligno! Que adora habitar
Entre los cráneos y ataúdes, epitafios y gusanos:
Donde rápidos fantasmas y sombras visionarias,
Bajo la pálida, fría luna (como es bien sabido)
Encapuchados realizan sus siniestras rondas,
¡Ninguna otra alegría tienes, árbol embotado!
Observad aquel santo templo, la piadosa labor
De nombres una vez célebres, ahora dudosos u olvidados,
Enterrados en la ruina de las cosas que fueron;
Allí yace sepultado el muerto más ilustre.
¡Escuchad, el viento se alza! ¡Escuchad cómo aúlla!
Creo que nunca escuché un sonido tan triste:
Puertas que crujen, ventanas agitadas,
Y el pájaro hediondo de la noche,
Estafado en las espinas, gritando en los pasos sombríos
Su ronda negra y rígida, colgando
Con los fragmentos de escudos y armas andrajosas,
Enviando atrás sus sonidos, cargando el aire pesado
De los nichos bajos, las Mansiones de los muertos.
Despertados de sus sueños, las duras y severas filas
De espantosos espectros se movilizan,
Sonrisa horrible, obstinadamente malhumorados,
Pasan y vuelven a pasar, veloces como el paso de la noche.
¡Otra vez los chillidos del búho! ¡Canto sin gracia!
No escucharé más, pues hace que la sangre fluya helada.
Alrededor del túmulo, una fila de venerables olmos
Enseñan un espectáculo desigual,
Azotados por los rudos vientos; algunos
Desgarran sus grietas, sus troncos añejos,
Otros pierden vigor en sus copas, tanto
Que ni dos cuervos pueden habitar el mismo árbol.
Cosas extrañas, afirman los vecinos, han pasado aquí;
Gritos salvajes han brotado de las fosas huecas;
Los muertos han venido, han caminado por aquí;
Y la gran campana ha sonado: sorda, intacta.
(Tales historias se aclaman en la vigilia,
Cuando se acerca la encantada hora de la noche)
A menudo, en la oscuridad, he visto en el camposanto,
A través de la luz nocturna que se filtra por los árboles,
Al muchacho de la escuela, con sus libros en la mano,
Silbando fuerte para mantener el ánimo,
Apenas inclinándose sobre las largas piedras planas,
(Con el musgo creciendo apretado, con ortigas bordadas)
Que hablan de las virtudes de quien yace debajo.
Repentinamente él comienza, y escucha, o cree que escucha;
El sonido de algo murmurando en sus talones;
Rápido huye, sin atreverse a una mirada atrás,
Hasta que, sin aliento, alcanza a sus compañeros,
Que se reúnen para oír la maravillosa historia
De aquella horrible aparición, alta y pavorosa,
Que camina en la quietud de la noche, o se alza
Sobre alguna nueva tumba abierta; y huye (¡cosa asombrosa!)
Con la melodía evanescente del gallo.
También a la nueva viuda, oculto, he vislumbrado,
¡Triste visión! Moviéndose lenta sobre el postrado muerto:
Abatida, ella avanza enlutada en su pena negra,
Mientras mares de dolor borbotean de sus ojos,
Cayendo rápido por las mejillas frágiles,
Nutriendo la humilde tumba del hombre amado,
Mientras la atribulada memoria se atormenta,
En bárbara sucesión, reuniendo las palabras,
Las frases suaves de sus horas más cálidas,
Tenaces en su recuerdo: Todavía, todavía ella piensa
Que lo ve, y en la indulgencia de un pensamiento cariñoso
Se aferra aún más al césped insensato,
Sin observar a los caminantes que por allí pasan.
¡Tumba injusta! ¿cómo puedes separar, desgarrar
A quienes se han amado, a quienes el amor hizo uno?
Un lazo más obstinado que las cadenas de la Naturaleza.
¡Amistad! el cemento misterioso del alma,
Endulzador de la vida, unificador de la sociedad,
Grande es mi deuda. Tu me has otorgado
Mucho más de lo que puedo pagar.
A menudo he transitado los trabajos del amor,
Y los cálidos esfuerzos de un corazón apacible,
Ansioso por complacer. ¡Oh, cuándo mi amigo y yo,
Sobre alguna gruesa madera vaguemos desatentos,
Ocultos al ojo vulgar, sentados sobre el banco
Inclinado cubierto de prímulas,
Dónde la corriente límpida corre a lo largo
De aquella grata marea bajo los árboles,
Susurrando suave, se oye la voz aguda del tordo,
Reparando su canción de amor; el delicado mirlo
Endulza su flauta, ablandando cada nota:
El escaramujo olía más dulce, y la rosa
Asumía un tinte más profundo; mientras cada flor
Competía con su vecina por la lujuria de sus ropas;
¡Ah, entonces el día más largo del verano
Parece demasiado apresurado, y todavía el corazón pleno
No había impartido su mitad: era aquella una felicidad
Demasiado exquisita como para perdurar!
¡De las alegrías perdidas, aquellas que no volverán,
Cuán doloroso es su recuerdo!


ROBERT BLAIR (1699-1746).- 

CICLO POESÍA DE TERROR




CANCIÓN/SONG



Cuando esté muerta, mi amor,
No entones canciones tristes para mí,
No plantes rosas en mi lápida,
ni sombríos cipreses:
Sé la hierba verde sobre mí,
con gotas y rocío, mójame.
Y si te marchitas, recuerda;
Y si te marchitas, olvida.
Ya no he de ver las sombras,
Ya no he de sentir la lluvia,
Ya no he de oír al ruiseñor
cantando su dolor.
Y soñando en ese crepúsculo
que no se pone ni decrece,
Felizmente quizás te recuerde,
Y felizmente tal vez te olvide.

***************


When I am dead, my dearest,
Sing no sad songs for me;
Plant thou no roses at my head,
Nor shady cypress tree:
Be the green grass above me
With showers and dewdrops wet;
And if thou wilt, remember,
And if thou wilt, forget.
I shall not see the shadows,
I shall not feel the rain;
I shall not hear the nightingale
Sing on, as if in pain;
And dreaming through the twilight
That doth not rise nor set,
Haply I may remember,
And haply may forget.


CHRISTINA ROSSETTI (1830-1894).- 

martes, 29 de diciembre de 2015

CICLO POESÍA DE TERROR



"El otro lado del espejo": Mary Elizabeth Coleridge; poema y análisis



El otro lado del espejo (The Other Side of a Mirror) es un poema
gótico de la escritora inglesa Mary Elizabeth Coleridge (18611907)
—sobrina del legendario Samuel Taylor Coleridge—,
publicado en la antología de 1896: Seguidores de la fantasía
(Fancy's Following).
Los espejos ocupan un rol preponderante en la poesía. De todos los pálidos rostros que se asoman en los reflejos victorianos ninguno es tan estremecedor como el de Mary Elizabeth Coleridge.
El otro lado del espejo se anticipa a un destino colectivo: todos, alguna vez, nos enfrentaremos al cristal para encontrarnos con un otro al que no reconoceremos.
Esta aparición es tan personal que de nada sirven las advertencias. El conocimiento de su existencia no nos absuelve del horror que supone contemplarlo y su anticipación tampoco atenúa la imprecisa angustia que todos compartiremos en su presencia.
Algunos han creído escapar a la maldición retirando todos los espejos de sus hogares. Sin embargo, la condena de estos individuos se multiplica ya que viven alarmados ante la posibilidad de encontrarse con reflejos ocasionales, fortuitos, por ejemplo, en una vidriera o en un televisor apagado.

Yo, que en cierta forma también habito dentro de un espejo, siento haber encontrado en este poema de Mary Elizabeth Coleridge una explicación para el irritante enigma:
Lo más vulgar que podríamos pensar es que la maldición de los espejos está relacionada con nuestra propia vejez, devolviéndonos una imagen deformada de lo que alguna vez fuimos. No obstante, lo verdaderamente inquietante detrás de la aparente calma de los espejos es que siempre dicen la verdad.
El mundo puede ser fácilmente engañado con hábitos y cortesías, pero el reflejo que nos devuelve la mirada sabe que detrás de nuestras costumbres superfluas, de nuestra aparente sensatez, un ser anónimo y primordial acciona los sutiles mecanismos del instinto.
En definitiva, los espejos nos alarman porque son los únicos que nos conocen. A solas, enfrentados con nuestro reflejo, entendemos que aquel que nos mira del otro lado es inmune a las distracciones del encanto, a la pirotecnia de la personalidad.

El espejo sabe quienes somos, por eso nos estremecen.




EL OTRO LADO DEL ESPEJO/THE OTHER SIDE OF A MIRROR

Me senté frente al cristal un día,
y evoqué ante mí una imagen desnuda,
negando las formas de la alegría y la razón,
aquella sombría figura fue reflejada allí:
La visión de una mujer, exhalando
salvaje y femenina desesperación.
Su cabello caía hacia atrás en ambos lados,
el rostro, privado de toda hermosura,
ya no tenía envidia para ocultar
lo que ningún hombre supo adivinar,
y formó entonces su espinosa corona
de áspera y profana desgracia.
Sus labios estaban abiertos, ni un sonido
brotó de esos marchitos pétalos rojos,
cualquiera haya sido, aquellas deformes heridas
en silencio y secreto sangraron.
Ningún suspiro alivió su inexpresable dolor,
no poseía aliento para vaciar su miseria.
Y en sus espeluznantes ojos brilló
la moribunda llama del deseo de vivir,
hecha locura al diluirse toda esperanza,
y ardió en el fuego crepitante
de los celos y la sedienta venganza,
con una cólera que no puede apaciguarse.
Sombra de una Sombra en el cristal,
libera ya la superficie del espejo!
Pasa, como las fantásticas formas pasan.
No retornes jamás para ser
el fantasma de las horas vanas.
Entonces me oyó susurrar: ¡Yo soy Ella!.

**************


I sat before my glass one day,
And conjured up a vision bare,
Unlike the aspects glad and gay,
That erst were found reflected there –
The vision of a woman, wild
With more than womanly despair.
Her hair stood back on either side
A face bereft of loveliness.
It had no envy now to hide
What once no man on earth could guess.
It formed the thorny aureole
Of hard unsanctified distress.
Her lips were open – not a sound
Came through the parted lines of red.
Whate'er it was, the hideous wound
In silence and in secret bled.
No sigh relieved her speechless woe,
She had no voice to speak her dread.
And in her lurid eyes there shone
The dying flame of life's desire,
Made mad because its hope was gone,
And kindled at the leaping fire
Of jealousy, and fierce revenge,
And strength that could not change nor tire.
Shade of a shadow in the glass,
O set the crystal surface free!
Pass – as the fairer visions pass –
Nor ever more return, to be
The ghost of a distracted hour,
That heard me whisper, "I am she!"


Mary Elizabeth Coleridge (18611907)

lunes, 28 de diciembre de 2015

CICLO POESÍA DE TERROR.-





A Elena.
To Helen, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Te ví una vez, sólo una vez, hace años:
no debo decir cuantos, pero no muchos.
Era una medianoche de julio,
y de luna llena que, como tu alma,
cerníase también en el firmamento,
y buscaba con afán un sendero a través de él.
Caía un plateado velo de luz, con la quietud,
la pena y el sopor sobre los rostros vueltos
a la bóveda de mil rosas que crecen en aquel jardín encantado,
donde el viento sólo deambula sigiloso, en puntas de pie.
Caía sobre los rostros vueltos hacia el cielo
de estas rosas que exhalaban,
a cambio de la tierna luz recibida,
sus ardorosas almas en el morir extático.
Caía sobre los rostros vueltos hacia la noche
de estas rosas que sonreían y morían,
hechizadas por ti,
y por la poesía de tu presencia.

Vestida de blanco, sobre un campo de violetas, te vi medio reclinada,
mientras la luna se derramaba sobre los rostros vueltos
hacia el firmamento de las rosas, y sobre tu rostro,
también vuelto hacia el vacío, ¡Ah! por la Tristeza.

¿No fue el Destino el que esta noche de julio,
no fue el Destino, cuyo nombre es también Dolor,
el que me detuvo ante la puerta de aquel jardín
a respirar el aroma de aquellas rosas dormidas?
No se oía pisada alguna;
el odiado mundo entero dormía,
salvo tú y yo (¡Oh, Cielos, cómo arde mi corazón
al reunir estas dos palabras!).
Salvo tú y yo únicamente.
Yo me detuve, miré... y en un instante
todo desapareció de mi vista
(Era de hecho, un Jardín encantado).

El resplandor de la luna desapareció,
también las blandas hierbas y las veredas sinuosas,
desaparecieron los árboles lozanos y las flores venturosas;
el mismo perfume de las rosas en el aire expiró.
Todo, todo murió, salvo tú;
salvo la divina luz en tus ojos,
el alma de tus ojos alzados hacia el cielo.
Ellos fueron lo único que vi;
ellos fueron el mundo entero para mí:
ellos fueron lo único que vi durante horas,
lo único que vi hasta que la luna se puso.
¡Qué extrañas historias parecen yacer
escritas en esas cristalinas, celestiales esferas!
¡Qué sereno mar vacío de orgullo!
¡Qué osadía de ambición!
Más ¡qué profunda, qué insondable capacidad de amor!

Pero al fin, Diana descendió hacia occidente
envuelta en nubes tempestuosas; y tú,
espectro entre los árboles sepulcrales, te desvaneciste.
Sólo tus ojos quedaron.
Ellos no quisieron irse
(todavía no se han ido).
Alumbraron mi senda solitaria de regreso al hogar.
Ellos no me han abandonado un instante
(como hicieron mis esperanzas) desde entonces.
Me siguen, me conducen a través de los años;
son mis Amos, y yo su esclavo.
Su oficio es iluminar y enardecer;
mi deber, ser salvado por su luz resplandeciente,
y ser purificado en su eléctrico fuego,
santificado en su elisíaco fuego.
Ellos colman mi alma de Belleza
(que es esperanza), y resplandecen en lo alto,
estrellas ante las cuales me arrodillo
en las tristes y silenciosas vigilias de la noche.
Aun en medio de fulgor meridiano del día los veo:
dos planetas claros,
centelleantes como Venus,
cuyo dulce brillo no extingue el sol.


I saw thee once—once only—years ago:
I most not say how many—but not many.
It was a July midnight; and from out
A full-orbed moon, that, like thine own soul, soaring,
Sought a precipitate pathway up through heaven.
There fell a silvery-silken veil of light,
With quietude, and sultriness, and slumber,
Upon the upturn'd faces of a thousand
Roses that grew in an enchanted garden,
Where no wind dared to stir, unless on tiptoe—
Fell on the upturn'd faces of these roses
That gave out, in return for the love-light,
Their odorous souls in an ecstatic death—
Fell on the upturn'd faces of these roses
That smiled and died in this parterre, enchanted
By thee, and by the poetry of thy presence.

Clad all in white, upon a violet bank
I saw thee half reclining; while the moon
Fell on the upturn'd faces of the roses,
And on thine own, upturn'd—alas, in sorrow!

Was it not Fate, that, on this July midnight—
Was it not Fate, (whose name is also Sorrow,)
That bade me pause before that garden-gate,
To breathe the incense of those slumbering roses!
No footstep stirred: the hated world all slept,
Save only thee and me. (Oh, Heaven!—oh, God!
How my heart beats in coupling those two words!)
Save only thee and me. I paused—I looked—
And in an instant all things disappeared.
(Ah, bear in mind this garden was enchanted!)

The pearly lustre of the moon went out:
The mossy banks and the meandering paths,
The happy flowers and the repining trees,
Were seen no more: the very roses' odors
Died in the arms of the adoring airs.
All—all expired save thee—save less than thou:
Save only the divine light in thine eyes—
Save but the soul in thine uplifted eyes.
I saw but them—they were the world to me.
I saw but them—saw only them for hours—
Saw only them until the moon went down.
What wild heart-histories seemed to lie enwritten
Upon those crystalline, celestial spheres!
How dark a wo! yet how sublime a hope!
How silently serene a sea of pride!
How daring an ambition! yet how deep—
How fathomless a capacity for love!

But now, at length, dear Dian sank from sight,
Into a western couch of thunder-cloud;
And thou, a ghost, amid the entombing trees
Didst glide way. Only thine eyes remained.
They would not go—they never yet have gone.
Lighting my lonely pathway home that night,
They have not left me (as my hopes have) since.
They follow me—they lead me through the years.
They are my ministers—yet I their slave.
Their office is to illumine and enkindle—
My duty, to be saved by their bright light,
And purified in their electric fire,
And sanctified in their elysian fire.
They fill my soul with Beauty (which is Hope,)
And are far up in Heaven—the stars I kneel to
In the sad, silent watches of my night;
While even in the meridian glare of day
I see them still—two sweetly scintillant
Venuses, unextinguished by the sun!

Edgar Allan Poe (1809-1849)










A Helen (To Helen) —a veces publicado en español como: A Elena— es un poema de amor del escritor norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), publicado en la edición de noviembre de 1848 de la revista Union Magazine.

A Helen es el segundo poema de E.A. Poe con este título. El primero apareció en la antología de 1831: Poemas de Edgar A. Poe (Poems of Edgar A. Poe).

¿Quién es la misteriosa Helen a la cual E.A. Poe le dedicó este poema?

La mayoría de los especialistas en la obra de Edgar Allan Poe coinciden en que se trata de Sarah Helen Whitman, uno de sus amores secretos.

Para emplear un término contemporáneo, Sarah Helen Whitman era una groupie de Edgar Allan Poe. Lo admiraba como escritor, y cada vez que le era posible asistía a sus conferencias y charlas. En una de ellas logró que una amiga en común los presentara.

El lugar de encuentro fue el jardín de rosales de una vieja casona.

A partir de entonces entre ambos se gestó una historia de amor llena de claroscuros, y no precisamente por desinterés. Edgar Allan Poe era perfectamente capaz de amar, pero no de enamorarse; al menos no después de la pérdida de su adorada esposa, Virginia Clemm.

De todos los poemas de Edgar Allan PoeA Helen es el menos espontáneo. Su historia comienza en una fiesta de San Valentín organizada en 1848 por Annie Lynch. En aquella ocasión, la anfitriona le pidió a Sarah Helen Whitman que escribiera un poema para recitar en público. La muchacha escribiría: A Edgar Allan Poe (To Edgar Allan Poe), y lo leyó durante la fiesta.

Desafortunadamente, E.A. Poe no se hallaba presente.

A pesar de este desencuentro, Edgar Allan Poe se enteró de la fiesta y del sugerente poema queSarah Helen Whitman le había dedicado. A modo de retribución, el poeta le envió a la joven una carta anónima que incluía el poemaA Helen (To Helen).

Este gesto de sutil caballerosidad no fue del todo eficaz.

La carta era anónima, y Sarah Helen Whitman jamás sospechó que el autor era nada menos queEdgar Allan Poe.

Al no recibir respuesta, Edgar Allan Poe volvió a escribirle tres meses después, esta vez firmando tanto la carta como el poema.

La relación entre Edgar Allan Poe y Sarah Helen Whitman fue, en el mejor de los casos, apasionada y enigmática. Recordemos que el poeta se dirigía a la casa de la joven cuando supuestamente resolvió suicidarse, aunque la muerte de Edgar Allan Poe aún continúa siendo tema de debate.

A Helen retrata el momento en el que E.A. Poe vio por primera vez a Sarah Helen Whitman en aquel jardín de rosas.


CICLO POESÍA DE TERROR.-





      A partir de hoy, nos adentraremos en el oscuro y estimulante mundo de la poesía de terror. Parece mentira ¿eh?, pero en un poema también cabe el miedo y los versos oscuros y terroríficos...
      Haremos un repaso por lo más granado de este tipo de poesía y conoceremos un poco más a sus autores.
      Espero que la disfrutéis o la sufráis..., según se mire.












domingo, 27 de diciembre de 2015

CICLO POESÍA INFANTIL







LA GALLINITA




La gallinita,
en el gallinero,
dice a su amiga
-Cuánto te quiero.

Gallinita rubia
llorará luego,
ahora canta:
-Aquí te espero...

"Aquí te espero,
poniendo un huevos",
me dio la tos
y puse dos.

Pensé en mi ama,
¡qué pobre es!
Me dio penita...
¡y puse tres!

Como tardaste,
esperé un rato
poniendo huevos,
¡y puse cuatro!

Mi ama me vende
a doña Luz.
¡Yo con arroz!
¡qué ingratitud!



GLORIA FUERTES.- 

CICLO POESÍA INFANTIL






PARÁBOLAS

I

Era un niño que soñaba
con un caballo de cartón.
Abrió los ojos el niño
y el caballito no vio.

Con un caballito blanco
el niño volvió a soñar;
y por la crin lo cogía ...
¡Ahora no te escaparás!

Apenas lo hubo cogido,
el niño se despertó.
Tenía el puño cerrado.
¡El caballito voló!

Quedóse el niño muy serio
pensando que no es verdad
un caballito soñado.
Y ya no volvió a soñar.

Pero el niño se hizo mozo
y el mozo tuvo un amor,
y a su amada le decía:
¿Tú eres de verdad o no?

Cuando el mozo se hizo viejo
pensaba: Todo es soñar,
el caballito soñado
y el caballo de verdad.

Y cuando vino la muerte,
el viejo a su corazón
preguntaba: ¿Tú eres sueño?
¡Quién sabe si despertó!


ANTONIO MACHADO.- 

CICLO POESÍA INFANTIL







PÓRTICO




Para llevarnos a tierras lejanas
un libro es la mejor fragata
y el mejor corcel una página
de saltarina poesía.
El más pobre puede hacer este viaje
sin peaje opresor.
¡Qué frugal la carroza
que lleva al alma!
 

EMILY DICKINSON.-


sábado, 26 de diciembre de 2015

ENTREGA VI PREMIOS MOTRIL MIGRANTE. CASA CONDESA TORRE ISABEL, 18-12-2015.-




      El pasado día 18-12-2015, en la Casa Condesa de Torre Isabel de Motril y a las 20'00 horas, tuve el honor de recibir el VI Premio Motril Migrante por mi último poemario publicado "Hijos de nadie". Muy agradecido y muy sorprendido, ya que cuando uno escribe ante la soledad de un folio en blanco y derrama en él todo lo que le sale del corazón desnudándose por completo, en lo último que se piensa es en premios.
      Me sentí muy arropado por familiares y amigos en un acto íntimo y muy, muy especial. Mi gran amiga Laura Díaz Enríquez me tenía preparada una gratísima sorpresa al recitar varios de los poemas incluidos en el libro y atreverse a poner su desgarradora voz al servicio de mis versos, adaptando incluso uno de los poemas y fusionándolo con el cante flamenco.
      Gracias a todos los asistentes por haberme acompañado en esta noche tan especial, a la alcaldesa de Motril Flor Almón por su simpatía siempre; a la Concejalía de Inmigración por haberme otorgado este reconocimiento; a los funcionarios de la Casa de Torre Isabel, por su buen hacer y su amabilidad en todo momento y, en especial, a mi mujer y mis hijas: su mera presencia hizo que todo valiese la pena y fuese mágico.
      Como siempre, os dejo unas cuantas fotos del acto para que os hagáis una idea de cómo fue aquello. Seguimos trabajando por la poesía y la cultura...































































CICLO POESÍA INFANTIL







  Paisaje




 La tarde equivocada
se vistió de frío.
Detrás de los cristales
turbios, todos los niños
ven convertirse en pájaros
un árbol amarillo.
La tarde está tendida
a lo largo del río.
Y un rubor de manzana
tiembla en los tejadillos.

FEDERICO GARCÍA LORCA.-

CICLO POESÍA INFANTIL





SOL DE INVIERNO

Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice
para su capa vieja:
"¡El sol, esta hermosura
de sol...!" Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.





ANTONIO MACHADO.-

CICLO POESÍA INFANTIL






A los verdes prados




A los verdes prados
baja la niña;
ríense las fuentes,
las aves silban.
A los verdes prados
la niña baja;
las fuentes se ríen,
las aves cantan.



LOPE DE VEGA.-

CICLO POESÍA INFANTIL








SE EQUIVOCÓ LA PALOMA
 


Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
 
Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.
 
Que las estrellas, rocío;
que la calor; la nevada.
Se equivocaba.
 
Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
 
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)


RAFAEL ALBERTI.-

miércoles, 16 de diciembre de 2015

CICLO POESÍA INFANTIL








A una nariz
  


 Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Erase un espolón de un galera,
érase una pirámide de Egipto;
las doce tribus de narices era.
Erase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.




FRANCISCO DE QUEVEDO.-



CICLO POESÍA INFANTIL






Los maderos de San Juan

 

¡Aserrín!

¡Aserran!

Los maderos de San Juan

piden queso, piden pan,

Los de Roque

Alfandoque,

Los de Rique,

Alfeñique,

Triqui, triqui, triqui, trán.

 

Y en las rodillas, duras y firmes de la abuela,

Con movimientos rítmicos se balancea el niño

Y ambos agitados y trémulos están.

La abuela se sonríe con maternal cariño,

Mas, cruza por su espíritu, como un temor extraño

Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,

Los días ignorados del nieto guardarán.

  

Los maderos de San Juan,

Piden queso, piden pan.

Triqui, triqui, triqui, tran.

 

 Esas arrugas hondas reflejan una historia

De sufrimientos largos y silenciosa angustia,

Y sus cabellos, blancos como la nieve están,

De un gran dolor el sello marcó la frente mustia,

Y son sus ojos turbios espejos que empañaron

Los años, y que, ha tiempo, las formas reflejaron

De cosas y de seres que nunca volverán.

 

Los de Roque, alfandoque

Triqui, triqui, triqui, trán.

 

  Mañana, cuando duerma la anciana, yerta y muda,

Lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,

Donde otros en la sombra desde hace tiempo están;

Del nieto á la memoria, con grave són que encierra

Todo el poema triste de la remota infancia,

Cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,

De aquella voz querida las notas vibrarán.

  

Los de Rique, alfeñique!

Triqui, triqui, triqui, trán!

 

 Y en tanto en las rodillas cansadas de la abuela

Con movimientos rítmicos se balancea el niño,

Y ambos conmovidos y trémulos están;

Mas cruza por su espíritu, como un temor extraño,

Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño,

Los días ignorados del nieto guardarán.

 

 ¡Aserrín!

¡Aserrán!

Los maderos de San Juan

Piden queso, piden pan,

Los de Roque

Alfandoque,

Los de Rique

Alfeñique,

Triqui, triqui, triqui, trán!

Triqui, triqui, triqui, trán!

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA.-