DISPERSIONES

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martes, 29 de diciembre de 2015

CICLO POESÍA DE TERROR



"El otro lado del espejo": Mary Elizabeth Coleridge; poema y análisis



El otro lado del espejo (The Other Side of a Mirror) es un poema
gótico de la escritora inglesa Mary Elizabeth Coleridge (18611907)
—sobrina del legendario Samuel Taylor Coleridge—,
publicado en la antología de 1896: Seguidores de la fantasía
(Fancy's Following).
Los espejos ocupan un rol preponderante en la poesía. De todos los pálidos rostros que se asoman en los reflejos victorianos ninguno es tan estremecedor como el de Mary Elizabeth Coleridge.
El otro lado del espejo se anticipa a un destino colectivo: todos, alguna vez, nos enfrentaremos al cristal para encontrarnos con un otro al que no reconoceremos.
Esta aparición es tan personal que de nada sirven las advertencias. El conocimiento de su existencia no nos absuelve del horror que supone contemplarlo y su anticipación tampoco atenúa la imprecisa angustia que todos compartiremos en su presencia.
Algunos han creído escapar a la maldición retirando todos los espejos de sus hogares. Sin embargo, la condena de estos individuos se multiplica ya que viven alarmados ante la posibilidad de encontrarse con reflejos ocasionales, fortuitos, por ejemplo, en una vidriera o en un televisor apagado.

Yo, que en cierta forma también habito dentro de un espejo, siento haber encontrado en este poema de Mary Elizabeth Coleridge una explicación para el irritante enigma:
Lo más vulgar que podríamos pensar es que la maldición de los espejos está relacionada con nuestra propia vejez, devolviéndonos una imagen deformada de lo que alguna vez fuimos. No obstante, lo verdaderamente inquietante detrás de la aparente calma de los espejos es que siempre dicen la verdad.
El mundo puede ser fácilmente engañado con hábitos y cortesías, pero el reflejo que nos devuelve la mirada sabe que detrás de nuestras costumbres superfluas, de nuestra aparente sensatez, un ser anónimo y primordial acciona los sutiles mecanismos del instinto.
En definitiva, los espejos nos alarman porque son los únicos que nos conocen. A solas, enfrentados con nuestro reflejo, entendemos que aquel que nos mira del otro lado es inmune a las distracciones del encanto, a la pirotecnia de la personalidad.

El espejo sabe quienes somos, por eso nos estremecen.




EL OTRO LADO DEL ESPEJO/THE OTHER SIDE OF A MIRROR

Me senté frente al cristal un día,
y evoqué ante mí una imagen desnuda,
negando las formas de la alegría y la razón,
aquella sombría figura fue reflejada allí:
La visión de una mujer, exhalando
salvaje y femenina desesperación.
Su cabello caía hacia atrás en ambos lados,
el rostro, privado de toda hermosura,
ya no tenía envidia para ocultar
lo que ningún hombre supo adivinar,
y formó entonces su espinosa corona
de áspera y profana desgracia.
Sus labios estaban abiertos, ni un sonido
brotó de esos marchitos pétalos rojos,
cualquiera haya sido, aquellas deformes heridas
en silencio y secreto sangraron.
Ningún suspiro alivió su inexpresable dolor,
no poseía aliento para vaciar su miseria.
Y en sus espeluznantes ojos brilló
la moribunda llama del deseo de vivir,
hecha locura al diluirse toda esperanza,
y ardió en el fuego crepitante
de los celos y la sedienta venganza,
con una cólera que no puede apaciguarse.
Sombra de una Sombra en el cristal,
libera ya la superficie del espejo!
Pasa, como las fantásticas formas pasan.
No retornes jamás para ser
el fantasma de las horas vanas.
Entonces me oyó susurrar: ¡Yo soy Ella!.

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I sat before my glass one day,
And conjured up a vision bare,
Unlike the aspects glad and gay,
That erst were found reflected there –
The vision of a woman, wild
With more than womanly despair.
Her hair stood back on either side
A face bereft of loveliness.
It had no envy now to hide
What once no man on earth could guess.
It formed the thorny aureole
Of hard unsanctified distress.
Her lips were open – not a sound
Came through the parted lines of red.
Whate'er it was, the hideous wound
In silence and in secret bled.
No sigh relieved her speechless woe,
She had no voice to speak her dread.
And in her lurid eyes there shone
The dying flame of life's desire,
Made mad because its hope was gone,
And kindled at the leaping fire
Of jealousy, and fierce revenge,
And strength that could not change nor tire.
Shade of a shadow in the glass,
O set the crystal surface free!
Pass – as the fairer visions pass –
Nor ever more return, to be
The ghost of a distracted hour,
That heard me whisper, "I am she!"


Mary Elizabeth Coleridge (18611907)

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