DISPERSIONES

DISPERSIONES

lunes, 16 de diciembre de 2013

LA CRISÁLIDA






LA CRISÁLIDA


A orillas del mar, cuando las olas acarician mis enjutos pies descalzos, cuando la brisa penetra entre mis parcas ropas y me susurra horizontes que jamás he de contemplar, deseo abrazarte a cada instante, Sachtalé.
Las gaviotas vuelan por encima de mi cabeza dibujando sombras en mi frente quemada, me observan desde la roca que lame el agua en el recodo de la playa, me gritan, baten las alas azotándose el pecho mientras el plumón se esparce por la arena y brilla al sol.
Jamás pensé que la tarde me embriagara tanto, que la luz se derramara sobre mí como a través de una fina gasa incrustándose en mis poros, uno por uno. Pronto vendrás, Sachtalé. Escucho tu latido en mi sien, tus manos recorren mi vientre abriéndose paso a través de mis entrañas, tu sangre se confunde con la mía en un río alborotado. Ahora mi cintura está ancha como anchas son las tierras de Tacuarembó. Mis pechos son dos alforjas repletas de vida que oscilan desafiantes a cada paso que recorro, mi piel es más sensible a las caricias… Pronto vendrás, hijo. Pronto.
Un ave que parece más joven que las demás se acerca demasiado a mí con el pico abierto y las alas en alto. No cabe duda de que apenas si es todavía un polluelo por la insensatez que demuestra. La gaviota para en seco…, me mira directamente a los ojos…, retrocede. Mientras la veo alejarse, bamboleando el cuerpo intentando esquivar la espuma que le lame las patas, se vuelve de nuevo hacia mí y lanza un chillido agudo que no esperaba. Parece un rayo convertido en ruido, atravesando lacerante mis oídos.

Soy una mujer que no fue domada. Soy Siamhdú, la que no entiende de reglas ni de dueño. Pero vivo para ser tu esclava, para defenderte con las uñas arrancando trozos de carne del rostro que ose decir que no eres puro, que eres un mal nacido porque no se sabe quién es el que me ayudó a engendrarte yaciendo a mi lado sobre la hierba, hijo. Eres como el aliento suave que despeja mi cabeza, como el trino de un pájaro de mil colores escondido entre las ramas de mi regazo, Sachtalé. No lo olvides… Allí en Tacuarembó todos son hijos de la furia. Las mujeres no podemos amar cuando sentimos una punzada en el corazón y se nos endulza la boca como con miel de colibrí. Eres yegua para trato: lozana y con riendas cortas. Aún tengo presente en mis costillas la vara de mi padre, las cicatrices me supuran odio contra el hombre que quiso atarme a un ser despreciable, a un ser que me doblaba la edad y el rencor. Tuve que escapar, hijo, Sachtalé…, que el amor es un caballo veloz y poderoso…, que la noche es fiel aliada de la esperanza. Soy bastante bonita, mírame, ¿acaso no son mis labios como fresas que han crecido arrulladas por el canto del río?, ¿no son mis ojos dos ascuas que centellean como una hoguera recién encendida y mi pelo tan negro como una noche sin luna?. Mi piel es de color aceituna…, mi aliento, tan gris como la ceniza. Soy Siamhdú, la bella, el misterio, la más desdichada de las mujeres. No lo olvides Sachtalé. No lo olvides…

Hay ocasiones en que necesito dormir un poco para sentirme confortada. Entonces es cuando con más nitidez le veo sonreírme. Ojala te parezcas a él, hijo. El más fuerte, el más aguerrido de la tribu, bello como el rostro del sin nombre… Me parece sentir el tacto de su piel, sedosa y a la vez curtida, y me siento desfallecer de amor y deseo. No siento pudor, soy sólo una mujer…
No veo de llegar el momento en que nazcas. Estoy cansada y triste como el guerrero que vuelve vencido y con el alma rota. Creo que voy a echarme sobre la arena tibia y voy a cerrar los ojos para que el sol caliente nuestros cuerpos. Siempre me ha gustado el olor del mar, lo inmenso que es. Ahora no desearía otra cosa que ser gaviota, levantar el vuelo y ver mar por todas partes, con su azul como un reflejo en el pecho y la sal secándome las lágrimas. Te llevaría sobre mi espalda a Tacuarembó, el Paraíso, el cruce de todos los caminos…, te sujetaría por los dedos…, te enseñaría a volar más allá de donde sopla la brisa. Tacuarembó…, Tacuarembó…, ¿volveré algún día a Tacuarembó?.

He sentido frío de repente. Ya ves, Siamhdú la fuerte también siente frío a veces. Si te tuviera ya conmigo te cantaría una canción bonita para entretenerte y entrar en calor. Mis manos recorren mi vientre hinchado, ¿ves la piel tensa y resquebrajada intentando contenerte?. Hijo, Sachtalé, ahora se lo que debe sentir la crisálida que ha guardado en su interior una mariposa luminosa y termina por dilatarse y romperse para dejarla salir al exterior…, qué bonito ser madre, qué bonito regalar vida cuando aprecias tan poco la tuya.
El sol se está guareciendo detrás del filo del mar, las gaviotas han volado lejos de los peligros de la tierra, todo está envuelto en sombras. ¿Oyes ese ruido, hijo?. Sí, ese como de golpeteo de corazón contra el pecho. ¿Serán acaso los tambores de muerte de Tacuarembó?. Espero no llorar. Eso no.

                                          *******

-         ¿Cuándo la han traído?.
-         Esta mañana, doctor.
-         ¿Porqué la han desnudado?.
-         Está tal y como la encontraron, doctor. Ni siquiera la han lavado. Estaba en un callejón completamente desnuda, bajo unos cartones, inconsciente. No llegará a la noche.

El médico observaba detenidamente a aquella mujer frágil que yacía sobre la cama. Venía siendo normal que les llegase al psiquiátrico gente en este estado, ya que el hospital de la ciudad se encontraba saturado y no disponía de habitaciones libres y mucho menos de camas. Pero la simple visión de esta mujer, su abultado vientre a punto de estallar surcado de venas azules, su rostro que transmitía una serenidad absoluta, le estaban poniendo enfermo.

-         ¿No se puede hacer nada por el niño, enfermera?.
La chica se encogió de hombros.
-         Supongo que no. De todas formas, antes de que la madre muera, se le practicará un cesárea. Ya está todo dispuesto.
-         Dios…, qué cosas pasan en este condenado manicomio…
La enfermera se dispuso a alejarse por el pasillo mientras tomaba unas notas en un bloc que llevaba bajo el brazo. Su cuerpo era ágil, parecía la pluma de una gaviota cayendo desde una roca.
-         Perdone, señorita. Una cosa más. ¿Tenía algún tipo de documentación?, quiero decir…, ¿se sabe su nombre?.
Ella se volvió rápidamente y bajó los ojos posándolos en el suelo, justo a la altura de los mocasines del médico.
-         Ya le dije que se encontró desnuda, sin ropa, sin bolso, sin papeles. Pero…, no sé… Desde que vino no para de musitar cosas todo el tiempo. La mayoría son palabras sin sentido y entrecortadas, pero creo haber distinguido un nombre…, o algo parecido.
-         ¿Cual?.
-         No cesaba de repetir: soy Siamhdú…

                                                       *******

   Ya ves, hijo, lo fría que es la noche. Y más cuando es tan solitaria como ésta, cuando no se ven estrellas por ningún lado. Me he quedado tan vacía sin ti que me duele la soledad. ¿Dónde estás, Sachtalé?. No puedo tocarte, no te escucho llorar…, ¿porqué no trepas por mi pecho para besarme en los labios?.
   Algún día amanecerá detrás de las dunas y podremos perseguir juntos la lengua de espuma que deja el romper de las olas, antes de que el agua se filtre bajo nuestros pies. No te asustes, vida mía, de esa gaviota que parece amenazarte mientras te mira a la cara y levanta las alas. A poco que te acerques volverá sobre sus pasos, dejando exhalar un grito que te romperá el alma.



                                                                                                 Juanjo Cuenca



2º Premio en el 1er Certámen de Relato Corto Municipio de Albuñol (1998).-

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