LA CRISÁLIDA
A
orillas del mar, cuando las olas acarician mis enjutos pies descalzos, cuando
la brisa penetra entre mis parcas ropas y me susurra horizontes que jamás he de
contemplar, deseo abrazarte a cada instante, Sachtalé.
Las
gaviotas vuelan por encima de mi cabeza dibujando sombras en mi frente quemada,
me observan desde la roca que lame el agua en el recodo de la playa, me gritan,
baten las alas azotándose el pecho mientras el plumón se esparce por la arena y
brilla al sol.
Jamás
pensé que la tarde me embriagara tanto, que la luz se derramara sobre mí como a
través de una fina gasa incrustándose en mis poros, uno por uno. Pronto
vendrás, Sachtalé. Escucho tu latido en mi sien, tus manos recorren mi vientre
abriéndose paso a través de mis entrañas, tu sangre se confunde con la mía en
un río alborotado. Ahora mi cintura está ancha como anchas son las tierras de
Tacuarembó. Mis pechos son dos alforjas repletas de vida que oscilan
desafiantes a cada paso que recorro, mi piel es más sensible a las caricias…
Pronto vendrás, hijo. Pronto.
Un ave
que parece más joven que las demás se acerca demasiado a mí con el pico abierto
y las alas en alto. No cabe duda de que apenas si es todavía un polluelo por la
insensatez que demuestra. La gaviota para en seco…, me mira directamente a los
ojos…, retrocede. Mientras la veo alejarse, bamboleando el cuerpo intentando
esquivar la espuma que le lame las patas, se vuelve de nuevo hacia mí y lanza
un chillido agudo que no esperaba. Parece un rayo convertido en ruido, atravesando
lacerante mis oídos.
Soy una
mujer que no fue domada. Soy Siamhdú, la que no entiende de reglas ni de dueño.
Pero vivo para ser tu esclava, para defenderte con las uñas arrancando trozos
de carne del rostro que ose decir que no eres puro, que eres un mal nacido
porque no se sabe quién es el que me ayudó a engendrarte yaciendo a mi lado
sobre la hierba, hijo. Eres como el aliento suave que despeja mi cabeza, como
el trino de un pájaro de mil colores escondido entre las ramas de mi regazo,
Sachtalé. No lo olvides… Allí en Tacuarembó todos son hijos de la furia. Las
mujeres no podemos amar cuando sentimos una punzada en el corazón y se nos
endulza la boca como con miel de colibrí. Eres yegua para trato: lozana y con
riendas cortas. Aún tengo presente en mis costillas la vara de mi padre, las
cicatrices me supuran odio contra el hombre que quiso atarme a un ser
despreciable, a un ser que me doblaba la edad y el rencor. Tuve que escapar,
hijo, Sachtalé…, que el amor es un caballo veloz y poderoso…, que la noche es
fiel aliada de la esperanza. Soy bastante bonita, mírame, ¿acaso no son mis
labios como fresas que han crecido arrulladas por el canto del río?, ¿no son
mis ojos dos ascuas que centellean como una hoguera recién encendida y mi pelo
tan negro como una noche sin luna?. Mi piel es de color aceituna…, mi aliento,
tan gris como la ceniza. Soy Siamhdú, la bella, el misterio, la más desdichada
de las mujeres. No lo olvides Sachtalé. No lo olvides…
Hay
ocasiones en que necesito dormir un poco para sentirme confortada. Entonces es
cuando con más nitidez le veo sonreírme. Ojala te parezcas a él, hijo. El más
fuerte, el más aguerrido de la tribu, bello como el rostro del sin nombre… Me
parece sentir el tacto de su piel, sedosa y a la vez curtida, y me siento desfallecer
de amor y deseo. No siento pudor, soy sólo una mujer…
No veo
de llegar el momento en que nazcas. Estoy cansada y triste como el guerrero que
vuelve vencido y con el alma rota. Creo que voy a echarme sobre la arena tibia
y voy a cerrar los ojos para que el sol caliente nuestros cuerpos. Siempre me
ha gustado el olor del mar, lo inmenso que es. Ahora no desearía otra cosa que
ser gaviota, levantar el vuelo y ver mar por todas partes, con su azul como un
reflejo en el pecho y la sal secándome las lágrimas. Te llevaría sobre mi
espalda a Tacuarembó, el Paraíso, el cruce de todos los caminos…, te sujetaría
por los dedos…, te enseñaría a volar más allá de donde sopla la brisa.
Tacuarembó…, Tacuarembó…, ¿volveré algún día a Tacuarembó?.
He
sentido frío de repente. Ya ves, Siamhdú la fuerte también siente frío a veces.
Si te tuviera ya conmigo te cantaría una canción bonita para entretenerte y
entrar en calor. Mis manos recorren mi vientre hinchado, ¿ves la piel tensa y
resquebrajada intentando contenerte?. Hijo, Sachtalé, ahora se lo que debe
sentir la crisálida que ha guardado en su interior una mariposa luminosa y
termina por dilatarse y romperse para dejarla salir al exterior…, qué bonito
ser madre, qué bonito regalar vida cuando aprecias tan poco la tuya.
El sol
se está guareciendo detrás del filo del mar, las gaviotas han volado lejos de
los peligros de la tierra, todo está envuelto en sombras. ¿Oyes ese ruido,
hijo?. Sí, ese como de golpeteo de corazón contra el pecho. ¿Serán acaso los
tambores de muerte de Tacuarembó?. Espero no llorar. Eso no.
*******
-
¿Cuándo
la han traído?.
-
Esta
mañana, doctor.
-
¿Porqué
la han desnudado?.
-
Está
tal y como la encontraron, doctor. Ni siquiera la han lavado. Estaba en un callejón
completamente desnuda, bajo unos cartones, inconsciente. No llegará a la noche.
El médico observaba
detenidamente a aquella mujer frágil que yacía sobre la cama. Venía siendo
normal que les llegase al psiquiátrico gente en este estado, ya que el hospital
de la ciudad se encontraba saturado y no disponía de habitaciones libres y
mucho menos de camas. Pero la simple visión de esta mujer, su abultado vientre
a punto de estallar surcado de venas azules, su rostro que transmitía una
serenidad absoluta, le estaban poniendo enfermo.
-
¿No
se puede hacer nada por el niño, enfermera?.
La chica se encogió de
hombros.
-
Supongo
que no. De todas formas, antes de que la madre muera, se le practicará un
cesárea. Ya está todo dispuesto.
-
Dios…,
qué cosas pasan en este condenado manicomio…
La enfermera se dispuso a
alejarse por el pasillo mientras tomaba unas notas en un bloc que llevaba bajo
el brazo. Su cuerpo era ágil, parecía la pluma de una gaviota cayendo desde una
roca.
-
Perdone,
señorita. Una cosa más. ¿Tenía algún tipo de documentación?, quiero decir…, ¿se
sabe su nombre?.
Ella se volvió rápidamente
y bajó los ojos posándolos en el suelo, justo a la altura de los mocasines del
médico.
-
Ya
le dije que se encontró desnuda, sin ropa, sin bolso, sin papeles. Pero…, no sé…
Desde que vino no para de musitar cosas todo el tiempo. La mayoría son palabras
sin sentido y entrecortadas, pero creo haber distinguido un nombre…, o algo
parecido.
-
¿Cual?.
-
No
cesaba de repetir: soy Siamhdú…
*******
Ya ves, hijo, lo fría que es la noche. Y más cuando es tan solitaria
como ésta, cuando no se ven estrellas por ningún lado. Me he quedado tan vacía
sin ti que me duele la soledad. ¿Dónde estás, Sachtalé?. No puedo tocarte, no
te escucho llorar…, ¿porqué no trepas por mi pecho para besarme en los labios?.
Algún día amanecerá detrás de las dunas y podremos perseguir juntos la
lengua de espuma que deja el romper de las olas, antes de que el agua se filtre
bajo nuestros pies. No te asustes, vida mía, de esa gaviota que parece
amenazarte mientras te mira a la cara y levanta las alas. A poco que te
acerques volverá sobre sus pasos, dejando exhalar un grito que te romperá el
alma.
Juanjo Cuenca
2º Premio en el 1er Certámen de Relato Corto Municipio de Albuñol (1998).-
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