II
No me acostumbro a no verte
mientras te deslizas, poderosa, por mi espalda
hasta el surco que abre la grieta
de mi descanso.
No me acostumbro a no empaparte,
olerte siquiera,
reprimido el bostezo de un sueño
que brilla como el sol en los ojos.
Ni me acostumbro, ni quiero:
se aleja en el morral un terrón sabio
y agridulce
que se hunde en la tierra
bajo las albarcas.
Del poemario La agonía de la pavesa, de Juanjo Cuenca.-
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