DISPERSIONES

DISPERSIONES

domingo, 8 de diciembre de 2013






Y quizás el tiempo se nos extravió de las
                    manos,
y quizás dejamos aquella noche sobre el mantel toda la inocencia
que nos cabía entre pliegues de corazón
                    y servilletas húmedas;
y ese miedo...
-todos comprendemos que el miedo tiene las alas
                    de una bandada de oscuros grajos-,
que nos envolvía como una pátina de sabiduría,
estaba flotando desde aquel lejano y robado beso
                     indestructible,
de piel indestructible,
de piel con su coraza indestructible y tersa que
                     vaticina noches en vela,
y "no es así, Juanjo",
y ahora se que aquella clase había quedado eterna,
y ahora se que el óxido crecía en las patas de los pupitres
sacudiendo podredumbre todavía en los rincones
de aquella clase,
en donde, dejamos volar en un suplicio las caricias
consentidas,
y donde, si llegábamos a perdernos, siempre nos encontrábamos
                    el uno al otro;
y "no es así, Juanjo",
y puede que yo sea una sombra triste

                                                            Ana, hazte a  un lado, acércate

y haciéndose a un lado imprimía en mi bostezo
                    el tímido aliento de un recién nacido,
con aquel pasear de ciego sin bastón
ni lazarillo hambriento, para deleitarse
en el íntimo murmullo de un día prestado
que viaja en el ambiguo tren de las manos,

                                                             dime, Ana; espina ¿porqué sonríes?

y merodeaba inquieta
la luz de mi casa como una polilla
que quemaba sus alas tiernas
vestida para el asalto donde habrían de infringirse
todos los roces;
y la luna sobre el techo y la orilla
era tan cobarde,
que sólo osaba a asomarse 
por entre los pliegues de tu codo
                    encallado en la arena,
encallado en todos los reflejos;
y todo se volvió oscuro
como un horizonte que se vislumbraba tan cerca,
y deshaciendo el camino remiso y altanero
que alguna vez nos hubo abandonado seguramente
                    sin avisarnos,
blandimos orgullosos, con la batalla ganada, el estandarte de
nuestros
                    corazones,
y todo era como una nube sin fondo
después de haber herido la piel, o el crepúsculo,
tan ajena de miel prodigiosa
que un aguacero parecía no calar la ropa ni los sueños
                    quietos,
 y tras cuatro o cinco encuentros secretos
con la frente honda y preocupada de los indecisos,
fue pasando lento, eso lo se, el escozor de los primeros impulsos,

                    dime, espina, Ana, ¿acaso te burlas?

y todo era
de nuevo como el primer despertar de todos los sentidos,
como la puerta de salida
hacia otras querencias
donde habríamos de permanecer en un varamiento
                    perpetuo
hasta que se nos gastaran las miradas,
hasta que los huesos se nos fundieran en uno sólo,
los huesos de nuestra infancia,
los huesos de verborrea ácida con un juego de sombras
                    indestructible,
de piel indestructible,
montando guardia en el patio trasero de esta luminosa
                    guarida,
montando guardia y resquebrajándose en mil esquirlas
                    los huesos de nuestra infancia
para dar paso a otros huesos que habrían de soportar
                    todo el peso de nuestros errores,
y luego sólo nos quedó correr a paso lento hacia atrás,
a paso lento
en una carrera absurda y disparatada,
la carrera absoluta,
-con todos sus obstáculos y badenes de cadenciosa
                    monotonía-, en donde el laberinto de nuestros cuerpos
                    poseía la capacidad individual de redimirnos,
la carrera que también asesinaba uno a uno todos
                    los pecados,
la pena sublime y espartana,
el dolor más recóndito
donde se confunde todo, donde aún se está confundiendo
                    sin atreverse a morir todavía.


                                                                       ...........//////..........



Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

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