DISPERSIONES

DISPERSIONES

lunes, 2 de diciembre de 2013




                                                                              IV



Los años se vuelven aliados,
y aunque hube de esconderme
no he logrardo separar siquiera una noche entera
                    de estos días tristes,
no podría haber logrado nunca sollozar con el corazón
                    lleno,
no podría haber logrado un soplo,
no podría abandonarme a un soplo
ni a un vicio que pueda azotarnos,
que pueda abarcar sin prisa toda la
                    piel.

Pasaron raudos aquellos locos momentos, Ana,
volvió a pasar raudo este momento
                    loco
y no he querido reunir todos los labios
que te han nombrado, que te han desvestido,
porque nada parece ya lo que era,
y es cierto pero lejano,
y emerge tras la cortina de tu empeño
y nunca llega,
como un ave en el aliento último;
y recorro esta acera de baches livianos,
tocando cada una de las líneas abiertas
sobre el ombligo de tu descontento que
                    nunca viaja sólo,
y me apresuro acompañándome a mi mismo,
o lo intento,
o quiero,
balbuceando un verso para abrirlo contigo,
sin sentirlo contigo,
sin herirlo con estas palabras toscas,
y me elevo fingido
sobre esta cumbre rota de la memoria
que busca perderse un poco,
que busca amanecer y despojos
mientras me apresuro conteniendo
mi prisa de los lunes,
mi desidia calmada,
el goce,
y descubro basta y locamente erguida
la pereza que otras personas escupen envenenando
                    todo corazón
y la miman,
blandiendo media sonrisa sobre la mesita de noche
para adormecerla sinceramente,
porque envidian acaso un tenue aleteo,
un aleteo níveo de tus párpados precoces,
y corren despavoridos y rechinan dientes y huesos
y la visten de cuando en cuando de indiferencia;
pero he descubierto, muy tardamente descubierto,
que me encuentro desnudo,
que me levanto y me agazapo por inercia
detrás del cónclave de lunares en tu hombro,
que aviva el sueño y huele un poquito a cena,
que aviva el hambre, 
que aviva mi hambre
dejándome solo pellejo y sombra.

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Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

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