DISPERSIONES
jueves, 28 de noviembre de 2013
Y, cuando salgo de ella apresurado, tropiezo con todo,
no recuerdo,
y sé que no hay vuelta atrás y aún así lo intento,
y sé que no hay vuelta atrás y aún así me miento:
sí, pensad, son muchos los recuerdos,
son los recuerdos lejos de esta orilla lo que estoy viendo:
las piedras que jalonan una a una mis miserias,
las aguas someras que nunc discurren por el mismo
sitio,
el cañizar endeble como huesos de un recién nacido
que pide calor con la mano,
y los pensamientos,
y los pensamientos extenuados y frágiles como un eco
desdichado que nadie atesora,
que nadie oye y vuela alto
entre dos ojos tímidos y extraviados,
y los árboles, los dedos verdes de Dios, que retienen la memoria
entre sus ramas,
y el tiempo que agoniza terco,
y un segundo que pulula entre las esferas
-sigue este maldito viento-
sigue pululando un segundo entre las esferas que enarbolan
su desgracia,
y se queda en un intento de tiempo sólo
mientras sigue venteando,
mientras sigue venteando y en el pasillo que se aleja,
en el pasillo que es como el cordón umbilical del destierro,
en el pasillo angosto que sube hasta tu puerta,
está recitando un niño,
un niño hecho de agua y almidón al que el viento
llega al ombligo,
un niño que también es aire,
que también sonríe sin labios,
que también conoce que ahora todo está vacío.
Y todo en el pasillo, todo irremediablemente en el pasillo,
emergiéndose y venteando desde siempre,
emergiéndose y venteando
tercamente;
detrás de cada puerta cerrada.
Y todo en el pasillo emergiéndose tras ese viento,
tras, quizás, ese cristal hecho de agua,
tras el silencio que es como una pared encalada
que se queda fijamente quieta deseándonos suerte,
deseándonos camino,
y emerge de nuevo el soliloquio del viento
entre la grieta vegetal que despide olores
de terciopelo en el pasillo
que una vez vivió habitado...
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Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-
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