DISPERSIONES

DISPERSIONES

lunes, 25 de noviembre de 2013



Tú lo sigues viendo, por encima de todo. 
                                                            Cada mañana
era consuelo tenerte allí,
y los árboles que explotaban en yemas y se secaban
no merecían que nos cobijásemos en su sombra.
En aquel entonces
las horas eran más cortas,
no daban toda la vuelta al minutero,
¿lo has olvidado?
porque se escondían ingenuas entre los pliegues
de tu manga
-era invierno, lo sé- y en el lánguido verano
se enredaban en nuestros pies traviesas,
se enredaban con tu dedo meñique, enlazándose de puro gozo,
posándose todas en el aire de un beso,
pasando una y otra vez,
pasando todas por tus labios
y las ganas de comerte.
                                                            Y el día aquel
en el que tú no te encontrabas
se me hacía cuesta arriba desde siempre;
buscaba tu boca en silencio; ¿busqué en silencio?:
a gritos pedía llamarte, dolerte, quererte,
también reprocharte,
adorarte al fin y al cabo.
¿No lo intuías?. Dolerte era infinitamente, muy
                    verdaderamente, más fácil que odiarte,
con tus manos de barro como un río sin cauce,
con los ojos jóvenes como una palabra recién lanzada,
con los ojos incautos que escondemos en el cajón de
                    la cómoda en la habitación de otro,
con los ojos ciegos de ese fuego que ardía hacia
                    adentro, siempre;
llamarte era como hacerlo sin voz, como hacerlo despacio,
y desde esa voz muda
era como ayudarte a que no estuvieras,
pero regresabas a segunda hora,
impasible, seria, largamente delgada,
impasible a la chispa perpetua de mi llamada
                    sin sonido,
impasible a todo lo mundano que no podía
hacerte sombra
porque tú eres, eres, luz diáfana en un pasillo,
y yo utilizaba mi perro lazarillo para distinguirte,
y me acoplaba como unas alas perfectas a tu espalda
                    que se me resbalaba un poquito cada vez
porque nunca antes te habían pedido abarcar mis
                    brazos.
Y reprocharte, apenas sin convicción, sin talento,
apurando la bocanada de aire que me faltaba;
y quererte;
y adorarte era una empresa nimia
en aderezos y convulsiones,
y llamarte, de nuevo, aglutinando todos los deseos
                    que no me cabían en los bolsillos
y se me derramaban y empapaban y olvidaban...


                                                                             ........../////...........




Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario