II
El pupitre es una isla en la memoria
y en el océano de baldosas deja un solo aliento
donde el mensajero sediento es el pupitre;
el pupitre donde todas las frases dichas a hurtadillas,
todas las frases que nacieron se resbalan
tercamente,
se resbalan tercamente y de improviso,
se resbalan aparentemente y repasando desvarían
la memoria
igual que una página descosida, que en el suelo, pisada
a escondidas, tiene un mensaje futuro,
porque no debería haberte cogido de la mano.
He aterrizado en esta aula, casi sin miedo, y al
repasar con la mirada
este mar en calma vacío de ecos, mi cuerpo
ha contenido el presagio de noches en vela
y me he encontrado mirándome desde dentro
casi reconociéndome un poco,
reconociéndome con la vista forzada
y un lápiz como ancla en la boca,
porque no debería haberte cogido de la mano.
Allí estaban los recuerdos,
allí estaban las mesas,
allí estaba la pizarra, oscura y señora, como una
madre,
derramando signos de puntuación, chirridos de tiza
blanda y una raíz cuadrada;
allí permanecía el viejo póster con una foto
y un poema de Lorca
donde hay anotaciones y agregados en bolígrafo
azul
que viene siendo, evocadoramente, como una foto
de familia lejana,
de familia tan lejana como la niñez que se me fue hace siglos,
de familia tan dispersa como dos cuerpos después del goce
y los sudores,
tan dispersa que se me ha quedado corta para sentir,
y allí estaban las ventanas
tras las que vive un mundo perplejo, desde siempre, de
piedras y columpios,
desde siempre aquella canasta devastada,
el banco que se mece en un poco de viento,
el banco oxidado, omniprensente,
sobre el que quisiéramos morir acaso de vergüenza.
Y ahora el pupitre está vacío, no me reconoce,
se hizo hombre el niño sin darse cuenta, escribiendo
en la pizarra.
......///......
Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-
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