DISPERSIONES

DISPERSIONES

miércoles, 20 de noviembre de 2013




LA MIRADA FINGIDA






I



Debería ayer haberte cogido de la mano,
porque en ti intenté no intentarte en vano
como se olvida el intento de ser proyecto firme,
con ansia, con ansia atiborrada de malos presagios
cuando debería haberte cogido de la mano.
Porque en ti intenté,
y, aunque tus ojos me bebían despacio,
has sabido tarde que la sed es de terciopelo
y que el intento a veces no es suficiente,
que las ganas fueron siempre las mismas
desde aquel día en que debería haberte besado, desde
                    aquel día y todos los días,
y antes,
has compartido, digna y compungidamente, la isla
en la que nos hemos convertido el uno para el otro
y has andado despacio como camina el río en el ribazo,
y te has vuelto,
tercamente vuelto, porque no te he cogido de la mano.

Porque en ti intenté,
pero ahora intentas no pensar demasiado,
no pensar demasiado en aquella voluta rancia
de mis palabras pobres y desvergonzadas.
Porque todas las puertas se han cerrado
y la luz se resquebraja ávida entre las rendijas
                    que han anidado en mi carne,
y la habitación aquella
-la habitación que se nos va mudando
                    apenas sin darnos cuenta-
desdice la canción que he ido tarareando:
el aire, este aire mismo: "beso",
dejando vacía aquella silla,
dejando sola aquella silla,
dejando olvidada aquella silla en aquel rincón que quiere ser
                    penumbra,
en un rincón de silla que no tiene miedo a la nada,
en un rincón de niño que no tiene canicas,
que no sabe deletrear un puñado de azúcar, o azúcar,
un niño azucaradamente desvaído.
                                                            Porque ahora
me entristecería no saber en que me he convertido,
no saber a que se debe el luto de tus labios,
no saber dónde me tengo,
no saber,
que cuando el granizo aprieta, se nos seca el desprecio, se
                    nos eleva,
se nos parte en tres trozos distintos
porque debería ayer haberte cogido de la mano.

Porque lo he intentado, de veras que lo he intentado,
y ahora,
ya nada me sirve demasiado, ya nada es necesario,
las ganas que aún me quedan por venir y
                    descansan aturdidas bajo la almohada de tu cama,
la mirada fingida
y el pensamiento como en un charco,
y el pensamiento que es como un ave de paso,
y los despertares,
y poder tocarte con un respiro...
Estoy tocando. Las brasas de color cansino
se están apagando,
se están apagando despacio, se están vomitando, se están
                    volviendo ayer,
se están apagando,
se están apagando todos los párpados, lo inaudito,
lo que habría de volver más tarde cada instante
                    perdurable, lo que nos despojó a todos y fue
                    una sonrisa perenne entre los orgasmos,
se están apagando,
se están apagando todas las canciones, lo que había
                    desaparecido, lo que ya andaba desvencijado
por las esquinas,
se están apagando, 
se están apagando todos los falsos reproches y negros y flacos,
                     lo mismo que aquel ave distinta que volara
                     cayendo,
se están apagando,
se están apagando libres, como la palabra fácil
                     a la que das la mano,
a la que la mano das de cuando en cuando,
a la que la mano das inquieta, lejanamente inquieta,
a la que la mano das rebosando hasta tocar tu ceja
y quedarse allí para siempre,
entera, robadamente palabra,
y después notarás el camino que dibuja en tu eco
llmándote hacia adentro y "esculpiéndote",
esculpiéndote de palabra,
y atarás cada uno de sus hijos a tu brazo porque
                    también son los tuyos,
y aún más tarde vibrarás en ella,
en ella desmesurada
y atarás...

Sí, no dudo de que el tiempo,
cuando han pasado siglos y miasmas,
se ha convertido en carcelero de este instinto,
se ha convertido
en despojos, alicatado como yacía
buscándose muerto perdidamente
en el interior de un grito,
en el interior de un grito, y restañaba como
                    musgo seco al fin y al cabo
que ha de negar que es musgo.
Sí, no dudo, pero tampoco recuerdo de que hablaba
                   el tiempo,
si era amigo alquilado por ella,
era amante, y volvía
con la brisa en los bolsillos
pero invisible y acobardado de puro intento,
ese puro nombre con el que te conocería
                    más tarde,
ese puro aliento que te abatía luego, que te abatía
                    en un leve parpadeo pernicioso,
en un leve suplicio
                                                            de piel tensada
hasta herir la herida concisa de mi pecho
como una pregunta desproporcionada y esquiva
que huye para renacer luego,
y descansa encendiendo otro corazón, como un pabilo que cegara,
y tiene ese nombre que únicamente duele,
                    que abriga en invierno,
que abriga con sombras que yo no he tenido
                    antes,
abriga cauto mientras hierve la sopa,
mientras no sabe abrigar de otra manera;
y es el calor de algo que me obliga, de algo
                    lejano que se está acercando ya como avanza la
                    bruma
el que empezó siendo el principio de un verso
y mañana empezó a tomar esbozo de nota descriptiva
                    de tu aliento,
y que ahora, después de tantos años, aparece
limpio, dulce, irrecuperable,
y luego es ya mi lengua rota la que tartamudea
                    ávida de otra lengua,
y luego es ya necesario vivirlo despacio
                    como a contraluz,
y descalzarse pisando pliegues en desdicha,
y descalzarse
para que pueda contener el aire, que está conteniendo ahora,
las cálidas noches que se me fueron alegres,
las cálidas noches para perderse, densa y eternamente,
las cálidas noches de sábanas frescas,
frescas y almibaradas
igual que el olor de un niño;
y me regodeo
pensando y sufriendo todo,
quemando la palabra tiempo,
y que al imaginarme en miedos sucesivos,
no salta el latido de mi corazón,
no salta,
ocupando como está la memoria apagada,
la memoria que nos puede, la memoria que ocupa
                    esta casa triste que es mi cuerpo,
cansado como estuve, y estoy,
de esta imagen que al fin se desdibuja.
                                                                         ......//......



Del poemario "La mirada fingida", de Juanjo Cuenca.-

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