Has salido arrastrándote con ojos poderosos:
nunca has conseguido ver la flor del
almendro,
ni soñar despierta reliquias desparramadas
y viscosas como el retumbar de tambores
que llevas bajo el brazo.
Te irás con el alma carcomida
de espasmos, de puntos de sutura
a dos centímetros, altitud cero por
encima de la grasa que cubre los
impíos abedules;
te irás despacio, con desprecio embotellado
para saciar la tropa que te guarda
en un rincón de mi cama ajada
y seca,
como el resquemor de tu boca de anfibio.
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