Y te irás. No se por dónde
se han marchado los resquicios
que quedaron suspendidos
de tu trenza en remolino
de savia azucarada.
Amarillos son los surcos que se abren desde
tu pecho,
y te escapas como ciervo
de pelaje corto, de belfos caídos
como buques añejos astillados en la acera;
llorarás sin tiempo aquellos tiernos
ramalazos
de misericordia
donde te quepa el aliento en un pañuelo
y la hiedra tapice el pezón deslucido
de tu pupila.
Te irás, seguro, aflojando sin pesadilla
el nudo que deja tu huella efímera.
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