Pide lismosna certera.
Que el ocaso acaso se haga naipe
de harapo,
donde guardas níveos pechos
adormecedores del jugador más próximo
que te invade por la nuca.
Sabías que la rigidez de palabras
fumosas
te absorbería a aquel páramo cálido
de fango cetrino,
donde el tiempo juega una partida
con un as en la manga.
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