De la penumbra, como el quise certero
de un quiero y no puedo,
has salido indemne tú y tus corsarios
despojando racimos de uñas selectas.
Y entonces:
hurgas tocando trompetas que apartan
escombros y descuelgan nidos de golondrina;
y puedo sentir frío más allá de junio.
Y deseo estrecharte socarronamente
esparciendo tu miseria a golpe
de caricia,
obligándote a entrar en la niebla
liviana de una sábana de franela.
Aléjate despacio, carroña, que ya no queda nada.
Acaso el ínfimo secreto de tu sonrisa perenne.
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