DISPERSIONES

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jueves, 1 de diciembre de 2016

CICLO POESÍA MODERNISTA















MANUEL CURROS ENRÍQUEZ



EL ÁRBOL MALDITO



Me lo contó un piel roja cazado en la Luisiana:
cuando el Señor los bosques de América pobló,
dejó un espacio estéril en la extensión lozana,
y en ese espacio yermo, de arena seca y vana,
donde ni nace el trébol ni crece la liana,
el diablo plantó su árbol, y luego... descansó.
El suelo en que brotara, de savia y jugos falto,
que interiormente cruzan en direcciones mil
volcánicas corrientes de líquido basalto,
de su raíz opúsose al invasor asalto,
mientras  su copa hiere, perdida allá en lo alto,
el rayo tempestuoso, colérico y hostil.
Así, por tierra y cielo, sin tregua combatido,
el árbol sus antenas tendió en oscura red
por la ancha superficie del páramo abatido,
y allí donde el cadáver hallaba de un vencido,
de las salvajes hordas al ímpetu caído, 
bebiéndole la sangre calmó su ardiente sed.
El llanto de las tribus guerreras, derrotadas,
nutrió su tronco débil, prestándole vigor;
y en misteriosa química, las savias combinadas
de lágrimas y sangre por él asimiladas,
pobláronle de vástagos punzantes como espadas,
y de hojas le cubrieron de cárdeno color.
Sus ramas, por el viento del Septentrión mecidas,
sonaban tristemente con canto funeral
y, de la luna al beso lascivo estremecidas,
en flores reventaron que, al aire suspendidas,
vertían de sus cálices esencias corrompidas,
la atmósfera impregnando de su hálito mortal.
Leones y elefantes, su sombra pestilente
temiendo, nunca osaron llegar en torno de él:
sobre él desliza el ave sus alas raudamente;
torció el jaguar su senda, si le encontró de frente,
y el oso sibarita, que sus aromas siente,
contémplale de lejos, soñando con su miel.
Mas solamente grata la pulpa que destila
a insectos y reptiles, del silfo al caracol,
por ella, en torno al árbol, tenaz la mosca oscila,
la araña encuentra en ella las gomas con que hila,
y viene a saborearla, candente la pupila,
el saurio, que dilata sus vértebras al sol.
Por respirar sus densos efluvios penetrantes,
la víbora abandona su rústico dosel,
sus pútridos pantanos los cínifes vibrantes,
sus hoyos las serpientes de escamas repugnantes,
sus matas las luciérnagas policromo-cambiantes,
su hogar la salamandra de jaspeada piel.
La oruga su capullo, que rompe con trabajo,
su celda arquitectónica la abeja monacal,
su limo la babosa perdida en el atajo,
su lecho de detritus el sucio escarabajo,
su llano la langosta, su charca el renacuajo,
su huevo el infusorio, la larva su cendal.
Y de esa fauna exótica la multitud bravía,
de entrambos hemisferios monstruosa producción,
se cobijaba al árbol o nido en él hacía,
en tanto que en su fronda magnífica y sombría,
los genios de los bosques, al fenecer el día,
celebran conciliábulos de muerte y destrucción.


MANUEL CURROS ENRÍQUEZ (1851-1908).-



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