DELFINES VARADOS
Tamimunt contempla el horizonte
con las manos morenas apoyadas
en el vientre abultado.
El pelo negro escupe cascadas de rizos
al aire mientras Yahuad pule las tablas
y sonríe por encima del hombro.
Todo está en calma y el mar llama
a ser llenado de canciones y promesas. Las golondrinas
trazan círculos y orbitan sobre sus cabezas
a la caza de los primeros, e ingenuos, insectos
del verano.
La arena está tibia, como un corazón en su funda
que se abre solo para dar paso al olvido.
Domada la vida como una fiera que deleita
al público bajo la carpa de un circo,
se alejan despacio, dejando huellas profundas
como delfines varados, dos corazones de la mano.
Anochece como siempre, como aquella primera vez
que el agua refulgía en estelas de plata.
Atrás, cantando poemas en la arena fina
de espuma inquieta,
queda sola una barca...
Juanjo Cuenca ("Hijos de nadie").-
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