ALTA SUCIEDAD
¡Cómo anda el
panorama patrio en este verano de calores, nublados y medusas!. Y si no, que se
lo pregunten al rey, que entre caídas varias (va a llegar un momento en que de
tanto golpe en vez de tener sangre azul, va a ir tirando a morada), safaris
inoportunos y yernos díscolos, no va a ganar para comprar Almax, el pobre. Que
a veces más vale comprarse un perro o encasquetarse un pelucón azabache y una
bata de cola para destripar la zarzamora encima
de un tablao en un pueblo perdido de la España profunda, que tener
parientes. Porque digan lo que digan, hay parientes y parientes. A saber: están
los parientes a los que soy dado en llamar de
jolgorio, es decir, aquellos que sólo aparecen de cuando en cuando para
llenarse los buches en alguna boda, comunión o bautizo. Durante todo el tiempo
restante están desaparecidos y florecen como las amapolas en el campo cuando de
saraos se trata. Y lo curioso es que, año tras año, van aumentando en número y
especie hasta acercarse casi, casi a la categoría de plaga; luego nos podemos
encontrar con los parientes lapa, una
subespecie de la primera, pero mucho más presente en nuestras vidas. Estos
aparecen por casa con cualquier excusa a la hora del café o la cena (nada, que
pasaba cerca de tu casa y he pensado: qué cojones, voy a ver cómo anda la
familia) y tú piensas para tus adentros que poco ha andado la familia desde
anteayer, que fue el último día que os visteis. Aquí podemos encuadrar a
primos, primos segundos, sobrinos o sobrinos-nietos; y por último, están los
que he dado en llamar parientes de
postín, que son aquellos que, cuando verdaderamente necesitas algo de
alguno de ellos, no aparecen ni en el listín telefónico. Pero cuando es al
revés, saben encontrarte a ti hasta debajo de las piedras…
Pues
al rey, pobrecito rey, que este año ha tenido que recortar sus vacaciones en
Palma de Mallorca y anda desplazándose en un Seat (como toda la Familia Real) por aquello de
dar ejemplo con la crisis, le ha salido una especie totalmente desconocida
hasta ahora: el aprovechado. O
conocido también por su nombre científico vulpes
urdangarensis, que no hay nada como acercarse a un familiar pudiente para
medrar hasta cotas insospechadas (y no siempre lícitamente) y creerse impunes.
Claro, con la familia del rey quién va a meterse… Pues ha de saber, señor
Urdangarín, que familia, familia, usted no es, que sí, que pertenece a la
Casa Real pero no es familiar del rey
propiamente dicho. Y así le ha pasado lo que le ha pasado…
Muy
atrás en el tiempo quedan aquellas épocas en lo que todo lo referente a Palacio
era tema tabú e intocable. Se consentían (qué remedio) todas las tropelías y
excentricidades de los miembros de la Casa
Real y se hacían la vista
gorda y oídos sordos a cualquier
asunto que oliese a podrido; y
siguiendo con los sentidos, había que tener tacto
con lo que se decía en la prensa o televisión, so pena de llevarse un mal sabor de boca, cuando menos. Hoy en día
se airean en todos los medios los trapos sucios de cada uno de los allegados del
rey, sin importar su rango. Y ya no nos sorprende que interese más el último
modelito que ha llevado doña Leticia a la penúltima cena de gala o si se ha
puesto bikini o bañador durante sus vacaciones, que la última cumbre iberoamericana
o si ha subido el Ibex. Ya no existe el derecho a pernada, por fortuna, y la
Casa Real cada vez es más real, más
parecida a la nuestra propia.
A Urdangarín,
precisamente, le ha pasado como aquellos príncipes de los cuentos de nuestra
niñez, el héroe que por nacimiento no se habría podido acercar a la princesa ni
en pintura pero que era bueno de corazón y, sobretodo, apuesto. Pero que una
vez en Palacio se encontraba con todo tipo de intrigas y enemistades más o
menos veladas y, de pronto, pensaba: voy a besar a la princesa todo lo que
pueda, antes de que me den la patada… y de paso me lleno los bolsillos, por si
acaso.
Al rey, pedirle paciencia. O que deje ya la Corona en manos de su
sucesor, no vaya a ser que en una de sus cada vez más frecuentes caídas se nos
descuajeringue del todo y haya que hacerlo todo deprisa y corriendo. O puede
que un elefante le pise un día un pie y le haga la puñeta en la gota. Aunque,
viendo el panorama, no es de extrañar que sea tan reacio a abdicar. No vaya a
ser que siendo ya rey, a don Felipe le de por desatender sus obligaciones y se
pase el día jugando a los barquitos o al pádel, o que a doña Leticia se le
ocurra la descabellada idea de apadrinar una tienda de Mango, que todo es
posible. ¿Y la reina?. La reina es un caso aparte de modestia y austeridad. Y
si no que se lo pregunten a su cabeza, que lleva soportando el mismo peinado (
y sin despeinarse) más de medio siglo.
Para que luego
digan que la Casa Real
no es transparente ni austera.
Juanjo
Cuenca
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