“SIMPA”
Hoy
quisiera hacer mención a un fenómeno que cada día está más en boga: “largarse”
(muchas veces con nocturnidad y siempre con alevosía) de diversos
establecimientos sin pagar los artículos que hemos comprado o consumido. A esta
tendencia, que espoleada por la crisis acuciante que soportan nuestras espaldas
y bolsillos y que cuenta con una verdadera legión de adeptos, se le conoce con
el “sutil” nombre en clave de simpa, y que como habrán adivinado
quiere decir ni más ni menos que eso: sin pagar.
Para
ser totalmente honesto he de confesar que, si bien ahora en la edad ¿adulta? ni
se me pasaría por la cabeza intentar algo así, sí que es verdad que en la
adolescencia y coincidiendo con las primeras salidas con novia o amigos (donde
las pesetas brillaban cegadoramente por su continua ausencia) en más de una
ocasión, bueno sólo en un par de ocasiones, que tampoco es que fuésemos
aprendices de “El Lute”, me vi en la bochornosa tesitura de no tener dinero
suficiente para pagar las consumiciones en el garito de turno. Vamos, ni
volviendo de al revés los forros de los bolsillos de todos los que íbamos en el
grupo llegábamos a sufragar toda la cerveza (acompañada de su correspondiente
tapa de pulpo) que en el fragor de la camaradería y de la diversión, habíamos
bebido a destajo. Y es que, aunque el primer sentimiento que afloraba a
nuestras caras era una risilla boba que denotaba nerviosismo y vergüenza, la
verdad es que nos recomponíamos bastante pronto y sólo contemplábamos una
salida útil: pies para que os quiero…, o tal vez su prima ¡sálvese el que pueda!,
(o maricón el último, que es siempre más castizo). Entonces, y sólo entonces,
se sucedían las mismas actitudes y los mismos comentarios que suelen acaecer en
estos casos:
-
Oye, que voy al baño. Ahora mismito vuelvo.
Y el muy zorro jamás
llegaba a mingitar en el servicio del bar (quizás luego más tarde entre un par de
contenedores de basura, un poco más relajado y contento por haberse “salvado”),
sino que giraba bruscamente y con disimulo mal contenido se encaminaba
directamente a la puerta de la calle, saliendo en estampida. Ja, ja…, que le
eche el lazo John Wayne si tiene cojones…
Así,
uno tras otro. Y al final se quedaba sólo solito el pardillo de turno (aquel
que no había sido lo suficientemente rápido o listo o no tenía la vejiga tan
llena como los demás) que quedaba acodado en la barra con cara de
circunstancias y esquivando la mirada inquisitiva del camarero que lo observaba
con el rabillo del ojo preocupado porque, de buenas a primeras, aquel nutrido y
follonero grupo de amigos de unos minutos antes, hubiese desaparecido como por
arte de magia quedando solo en su mínima expresión. En aquel lejano tiempo a
esta “actividad” no se la conocía con el nombre de simpa, sino con aquel
otro tan bonito y deportivo de “marcar un
gol”. Sí, sí, como lo oyen: “marcar un gol”, con todas su connotaciones.
Pero
vuelvo a repetir que aquello ocurría esporádicamente y sin premeditación, no
como hoy que el que entra a beber a cualquier bar ya lo hace con la idea de
dejar plantado al camarero y batir los 100 metros lisos (u obstáculos, si
estamos al solecito en la terraza). Eso sí que es tener malafollá genuina porque,
a no ser que yo no me haya enterado y hayan declarado la cerveza o el vino
artículos de primera necesidad (bueno…, sí es verdad que para algunos lo son),
no hay porqué pasar el mal rato o, mejor dicho, hacérselo pasar al pobre dueño
del garito que también tiene que pagar su mercancía y no pocos impuestos.
Vale
que estamos en crisis, señoras y señores. Pero si no tienen dinero para
“pimplarse” unas cervezas, pues se queda uno en casa bebiendo limonada y santas
pascuas. Tan contentos, vamos. Porque como bien dice un amigo mío: “las penas
con alcohol (que no con pan) son menos. Pero el alcohol, en el mejor de los
casos, termina por embrutecernos”.
Juanjo
Cuenca
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