DISPERSIONES

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miércoles, 5 de abril de 2017

JULES LAFORGUE












TARDE DE CARNAVAL



París alborota bajo las farolas. El reloj cual fúnebre tañido
da la una. ¡Cantad! ¡Bailad! Es breve la vida,
todo es vano, -y, allá en lo alto, ved, la Luna sueña
tan fría como en los tiempos en que el Hombre no existía.

¡Ah, qué destino banal! Todo resplandece y luego pasa,
seduciéndonos de infinito con lo Verdadero, con el Amor;
y así seguiremos, hasta que a su vez,
sin dejar huella alguna, estalle la tierra en los cielos.

¿Dónde despertar el eco de todos esos gritos, de esos llantos,
de esas charangas de orgullo que nos refiere la Historia,
Babilonia, Menfis, Benarés, Tebas, Roma,
ruinas sobre las que el viento hoy siembra flores?

Y a mí, ¿cuántos días me quedan por vivir?
¡Y me arrojo al suelo, y grito y me estremezco
ante los siglos dorados para siempre dormidos
en la nada sin corazón de la que ningún dios libera!

Hasta que de pronto escucho, en la paz nocturna,
un paso sonoro, un melancólico y estúpido canto
de obrero borracho sin remedio que torna de la fiesta
y al azar entra en algún innoble reducto.

¡Oh, qué triste, qué incurablemente triste es la vida!
En las fiestas de aquí abajo siempre he sollozado:
"¡Vanidad, vanidad, todo es sólo vanidad!"
-Luego pensaba: ¿dónde están las cenizas del Salmista?


JULES LAFORGUE ("Obra poética").-

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