Ángel González y Jaime
Gil de Biedma, dos de los mejores poetas españoles contemporáneos, pertenecen
al grupo del 50, caracterizado desde sus inicios por la reivindicación de la
escritura como un espacio de conocimiento y de rigor lingüístico. Al calor de
los impulsos existencialistas, Vicente Aleixandre había definido la poesía como
un acto de comunicación en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua , “En la vida del
poeta, el amor y la poesía” (1949): la lírica “(...)no consiste tanto en
ofrecer belleza cuanto en alcanzar propagación, comunicación profunda del alma
de los hombres”. Frente a esta definición de la voluntad poética, Carlos Barral
se hizo portavoz de una nueva exigencia y publicó en la revista Laye su
famoso artículo “Poesía no es comunicación” (1953), defendiendo la escritura
como un acto de conocimiento individual elaborado gracias a la indagación
creativa en las palabras: “la confluencia de la vida interior del poeta con la
posibilidad infinita del idioma, obrada por la voluntad de crear”.
Esta defensa de la poesía como
ejercicio de conocimiento de la propia individualidad se concreta también en el
compromiso político de Ángel González y de Jaime Gil de Biedma, partidarios de
los versos elaborados por una conciencia crítica que reflexiona sobre el mundo
más que de la divulgación de manifiestos partidistas. Los dos poetas se
interesaron por una puesta en duda de la subjetividad esencialista, derivada
del simbolismo, adentrándose en el conocimiento de las relaciones establecidas
entre el individuo y la historia. Gil de Biedma lo declaró así en la poética
publicada por Rubén Vela en su antología Ocho poetas españoles (1965):
“Mis versos no aspiran a ser la expresión incondicionada de una subjetividad,
sino a expresar la relación en que mi subjetividad se encuentra con respecto al
mundo de la experiencia común”. Esta definición histórica de la subjetividad
tuvo mucho que ver con la ampliación del compromiso político a nuevos temas
(intimidad, erotismo, ejercicios de conciencia) y con la elaboración textual de
un personaje literario, una voz no esencialista, construida en las palabras. El
poema define en su ámbito personajes literarios, del mismo modo que la historia
define en el suyo a los individuos sociales. Y todo esto implicaba, por
supuesto, una meditación retórica. Este es el interés principal de la carta de
Jaime Gil de Biedma a Ángel González, escrita en Barcelona, el 30 de octubre de
1961. Se trata de la respuesta a otra carta en la que el poeta asturiano había
enviado a Gil de Biedma copia de una pieza preparada para colaborar en el libro España canta a Cuba (Rennes,
Ruedo Ibérico, 1962). Es un poema comprometido, de tema dado, por lo que se
extreman los peligros y los códigos de una poesía civil que tanto Ángel
González como Jaime Gil de Biedma habían ya abordado en otro tipo de
composiciones.
(Fuente: Luis García Montero).-
PERLA DE LAS ANTILLAS
Ha estallado una perla y las
cenizas
de la libertad,
impulsadas por el viento del Caribe,
siembran el desconcierto y el terror
entre los responsables de un continente inmenso.
Desdela Casa Blanca
a la Rosada,
todos los techos de las Grandes Casas
están amenazados
por el irreparable, cruel desastre:
ha estallado una perla, y los residuos
de la dignidad
pueden contaminar a mucha gente.
Si los indios que obtienen el estaño y el cobre
en las minas de Chile y de Bolivia,
si los habitantes de los suburbios de Buenos Aires
y los desposeídos del Perú,
si los oscuros buscadores de caucho
y los integrantes de las tribus de Paraguay y de Colombia,
si los analfabetos ciudadanos de Méjico
inscritos en el Censo de Electores y borrados del Registro
de la Propiedad,
si los que fertilizan con su sudor las plantaciones
de azúcar y café,
si los que recortan las pesadas selvas a golpe de machete
para incrementar la producción mundial de piñas en conserva,
si todos ellos y sus otros muchos
hermanos
en la desnutrición
sufriesen en su carne
la quemadura de la nefanda escoria
de la dignidad,
acaso
pretendiesen ser libres.
Y entonces
¿qué sería de las grandes compañías,
de los trust y los cártels,
de los jugadores de Bolsa
y de los propietarios de prostíbulos?
En nombre de esos valores fundamentales
y de otros menos cotizados,
alguien debe hacer algo
para evitarlo.
Pero
ha estallado una perla.
Peligroso es ahora el viento del Caribe.
Entre el olor salobre de la mar
y el aroma más denso de las frutas del Trópico,
entre brillante polen de las flores
que crecen donde el sol es un flagelo
infatigable y amarillo,
entre plumas de verdes papagayos,
y golpes de guitarras, y sonrisas
blancas como canciones en la noche,
el viento arrastra una semilla
perfumada y violenta,
una simiente fina como el polvo,
nube dorada o resplandor sin nube
que los tifones lanzan –trizada
perla– contra las costas más lejanas,
y las brisas recogen y pasean
y las lluvias abaten –astillada
Antilla– sobre el suelo,
tormenta ciega o cielo derribado,
–izada Cuba, como una bandera–,
llama implacable o luz definidora,
más siempre pura, viva, poderosa,
fértil semilla de la libertad.
de la libertad,
impulsadas por el viento del Caribe,
siembran el desconcierto y el terror
entre los responsables de un continente inmenso.
Desde
todos los techos de las Grandes Casas
están amenazados
por el irreparable, cruel desastre:
ha estallado una perla, y los residuos
de la dignidad
pueden contaminar a mucha gente.
Si los indios que obtienen el estaño y el cobre
en las minas de Chile y de Bolivia,
si los habitantes de los suburbios de Buenos Aires
y los desposeídos del Perú,
si los oscuros buscadores de caucho
y los integrantes de las tribus de Paraguay y de Colombia,
si los analfabetos ciudadanos de Méjico
inscritos en el Censo de Electores y borrados del Registro
de la Propiedad,
si los que fertilizan con su sudor las plantaciones
de azúcar y café,
si los que recortan las pesadas selvas a golpe de machete
para incrementar la producción mundial de piñas en conserva,
si todos ellos y sus otros muchos
hermanos
en la desnutrición
sufriesen en su carne
la quemadura de la nefanda escoria
de la dignidad,
acaso
pretendiesen ser libres.
Y entonces
¿qué sería de las grandes compañías,
de los trust y los cártels,
de los jugadores de Bolsa
y de los propietarios de prostíbulos?
En nombre de esos valores fundamentales
y de otros menos cotizados,
alguien debe hacer algo
para evitarlo.
Pero
ha estallado una perla.
Peligroso es ahora el viento del Caribe.
Entre el olor salobre de la mar
y el aroma más denso de las frutas del Trópico,
entre brillante polen de las flores
que crecen donde el sol es un flagelo
infatigable y amarillo,
entre plumas de verdes papagayos,
y golpes de guitarras, y sonrisas
blancas como canciones en la noche,
el viento arrastra una semilla
perfumada y violenta,
una simiente fina como el polvo,
nube dorada o resplandor sin nube
que los tifones lanzan –trizada
perla– contra las costas más lejanas,
y las brisas recogen y pasean
y las lluvias abaten –astillada
Antilla– sobre el suelo,
tormenta ciega o cielo derribado,
–izada Cuba, como una bandera–,
llama implacable o luz definidora,
más siempre pura, viva, poderosa,
fértil semilla de la libertad.
ÁNGEL GONZÁLEZ.-
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