DISPERSIONES

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lunes, 1 de junio de 2015

GOCE DESCERRAJADO



GOCE DESCERRAJADO




Cuando termine de otear por encima de lomas
y pose los ojos en vaguadas
sumidas en el letargo de un día aún por nacer,
descansaré buscando el calor de la tierra.
Pero no me marcharé lejos:
me humillaré hincando las rodillas
sobre estériles flores de largo tallo
para sonrojarme con el roce de sus pétalos.
Olor a mar y a hierba de antaño.
La algarabía de sonidos que me acompañan
desconocidos
no serán suficiente fuertes como para disipar
el miedo y el estupor de mi mirada incierta;
un perro ladra. El eco me sobreviene como un espasmo
ligero y a la vez totalmente perceptible.
No busco el sendero fácil y la lavanda acaricia
mis tobillos perfumando el aire gélido de mi aliento.
Sábanas blancas tendidas,
como un mar en calma vacío de vida,
me reciben ondeando alegres como la cometa
de un niño huérfano.
Más allá, lo desconocido. El íntimo y último instinto
que saluda con ambas manos a un forastero inmenso
de piel sucia y cuarteada.
En la frondosidad del jardín más raquítico
aún no hay cabida para una voz sin dueño. (O quizás
sea el duelo pegado al cuerpo como un sudario
putrefacto y enmohecido
el que me impide echar a andar de nuevo).
Atrás queda la muerte que se alimenta de almas húmedas
y vuela hasta posarse en el vértice de una estrella
cegadora.
Delante, la tierra se ensimisma ofreciendo refugio
y abriendo sus entrañas con el color pardo
del ron recién vertido.
Fiándome, a tientas por si resbalo en el penúltimo
intento de escapar de la nada,
me dejo guiar derrotado por el sinsentido
y la desmemoria.




Juanjo Cuenca ("Hijos de nadie").-

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