DISPERSIONES

DISPERSIONES

domingo, 5 de octubre de 2014





ALABANZA DEL ÁRBOL






Imposible sin ti la primavera
los verdes paraísos terrenales.

Solicitud y celo maternales
requiere tu carrera.

Tu producto y tu sombra remunera
el trabajo del cuido:
alta compensación, defensa umbría, 
abogado fornido
del frescor en lo estivo empedernido.


Corpulencia de Dios, sobre alegría,
ocupas de verdor la geografía, 
robusteces el viento,
y a su corriente muda
imprimes voz, acento,
palabras de los cielos.

Naces con voluntad, no con ayuda:
vienes de Dios y a Él surten tus anhelos.

La soledad tu vegetal criatura
acompaña y procura;
entibia el sol, depura el cielo ambiente,
hace habitable la temperatura
de maneras peores;
en la copa la luz más reluciente,
en lo interior más dulces sus ardores.

Debajo de tu amparo creosotado,
las batallas son paces,
el trabajo sosiego sosegado.

Agrupas a los hombres y los haces
hermanos en tu umbría.

La rotación del fruto, la alegría
del pájaro fomentas
y el bienestar y la salud de paso.

Si el aire tú no aventas,
si no estás tú en el aire de consumo,
sin movimiento alguno
se queda el aire, raso.

Tienes fisonomía y sentimiento;
el sol te da tristeza
y las aguas contento.
¡Cúmulo de riqueza!.

En ti se asiste el agigantamiento
del tiempo y del paisaje.

Le diré al que te impide y te vulnera
¿qué maldición?, ¿qué ultraje?.

La inquisición obrera
está quemando, mártir de madera,
lo hermoso de tu vida;
¡qué imposibilidad ya de los abriles!.

Te maltratan los viles
y tú, Dios, los perfumas.

¿Dónde pondrán su vuelo y su manida
las brisas y las plumas?.

¡Pobre júbilo umbrío!.
Quid de los huertos y los panoramas;
te perniquiebra el hacha con su frío,
con su calor las llamas.

Bautistas ya las ramas,
ya es poda los espacios forestales,
las savias manantiales,
por las frescas matrices
que abren ira y acero en la corteza,
interrumpen la acción de los frutales
y la circulación de las raíces.

El árbol está hecho 
para ocupar el mundo de provecho,
como el viento la rama de cantares.

Un bosque nos revela e incorpora,
¡oh soledad sonora!
la majestad de Dios y de los mares.

Hermano y campesino,
hay que extender la encina,
que propagar el pino,
fresco en el campo, ardiente en la cocina.

Vuelve a la educación del arbolado,
a la repoblación de la campaña.

¡Pódame un miembro a mí, pero no al prado!.

Espúlgale alternado
el racimo y el piojo.
Cauteriza y restaña
con barro sus heridas del gorgojo.

En nombre de los bosques, yo maldigo
a quien toma venganza, árbol, contigo.







Miguel Hernández ("Antología Poética").-



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