LA TRANSFORMACIÓN
No
se si ustedes se habrán parado a pensar alguna vez en un acontecimiento, cuando
menos, curioso. Un acontecimiento que se repite cíclicamente como las plagas de
Egipto cada primero de año. Me refiero a LAS REBAJAS, claro, esa fecha soñada
con igual anhelo tanto por sufridas amas de casa que apenas llegan a final de
mes, como por el más opulento y acomodado de los mortales. Pues sí, como decía,
un fenómenos curioso el de las rebajas. Sobre todo si prestamos atención a la
transformación tan radical que opera en nuestros ávidos cuerpos y almas. Si no
me creen, les invito a pasearse por cualquier comercio de nuestra ciudad que
luzca en sus escaparates el tan ansiado cartelito.
Lo
primero que nos llama poderosamente la atención es que en rebajas compramos
porque sí, porque está barato. Si bien es cierto que hay personas que aguardan
estas fechas para hacerse por un precio
más económico de algo que necesita desde hace tiempo (unos zapatos, que en los
antiguos ya casi asoma la uña del dedo gordo por la puntera; unos pantalones
para el niño, que hay que ver cómo crece el condenado que todo se le ha quedado
chico; o unas sábanas nuevas para la cama de matrimonio, que ya tienen más
“guerra” que la tienda de campaña de un “indignado”), la mayoría de las veces
compramos compulsivamente por el mero hecho de que el objeto en cuestión vale
unos cuantos euros menos:
- María, ¿no ves que el jersey
tiene un pequeño descosido en la manga?.
- Da igual, total, para lo que
cuesta…, y seguro que por el descosido aún me hacen más descuento. Mira a ver
bien si tiene algún otro roto o alguna mancha, ¡que éste me lo llevo casi
regalado!.
Y de nada sirve que tengamos el
armario que se nos viene abajo de tantos jerseys que no usamos, o que esa ganga
que creemos insuperable termine irremediablemente perdida y olvidada en
cualquier cajón de cualquier cómoda: hay que comprar porque son rebajas, coño.
Y
entonces las calles se llenan de sufridos maridos, hermanos o padres embutidos
en chillones e imposibles jerseys tres tallas menos (ya darán de sí, no te
preocupes, que es sólo al principio, nos dicen), que nos hacen detenernos cada
quince pasos para tomar aliento de lo ajustados; o zapatos preciosos, sí, pero
que nos van haciendo tanto daño que preferiríamos ir con los del dedo gordo por
fuera.
- ¡Ay, María!, que me aprietan
mucho los zapatos.
- ¡Cómo eres, Luís!. Es que se
tienen que ir haciendo al pie.
- Pero es que el otro día me dijo
mi amigo Antonio que iba caminando como Chiquito de la Calzada…
- Pues anda que no es exagerado
tu amigo Antonio ni ná…
Pero
no nos equivoquemos. Las rebajas son, ante todo, un fenómeno de masas. Ya no
son sólo las féminas las que se descoyuntan la nuca o se desbaratan el moño
tirando como fieras enjauladas de la manga de un abrigo, sino que también los
hombres pugnan ahora en las colas de los comercios para hacerse con la adictiva
ganga.
Otro
caso curioso es el de la señora que viendo que está tan barato, compra cinco
faldas del mismo color y modelo (aunque de diferente talla, gracias al Cielo),
para ella, para la hija, la madre y hasta para la abuela, que así lucirá más
moderna.
- Pero mamá, ¿y tanta falda?.
- Ay, hija, para lo que me han
costado…
¿Y que me dicen de las
interminables colas dos horas y media antes de que abra la tienda?. Gente que
lo más temprano que se ha levantado en la vida ha sido a las doce del mediodía,
son capaces de atrincherarse en la acera frente al escaparate desde las siete
de la mañana. Y luego a por churros, con la satisfacción del deber cumplido.
A
propósito, ahora dejo de escribir porque tengo que acercarme al maestro
zapatero, a ver si me pone la horma para ensancharme un par de tallas las
botas. Que como diría mi amigo Chiquito: ¡¡no puedorr, no puedorr!!. Jesús, que
cruz…
Juanjo
Cuenca
No hay comentarios:
Publicar un comentario