EL PUENTE DE LAS DESDICHAS
Recuerdo como si
fuese ayer la tarde que vi por primera vez en televisión una película que me
marcó como un hierro candente en la espalda. No era otra que “El puente sobre
el río Kwai”. Muchos de ustedes la habrán visto seguro, aunque para los que no
lo hayan hecho, decir que la peli trataba de las vicisitudes de un grupo de
presos británicos que son obligados por los japoneses a construir un puente,
durante la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945).
Pues
bien, cada vez que piso “Las Explanadas” y me encuentro de frente con el puente
que el Ayuntamiento ha construido allí, me viene a la cabeza inmediatamente y
sin poderlo remediar el otro puente, el del río Kwai. Y ustedes, tan suspicaces
como son, se preguntarán el porqué de tal motivo, claro. Y no es que su
estructura sea precisamente igual al de la película, ni siquiera parecida, que
para eso el nuestro es una virguería modernista-vanguardista, futurista y todo
el adjetivo terminado en “ista” que ustedes le quieran endilgar, sino porque al
igual que en el film su construcción (y
no digamos su mantenimiento, del que ahora nos ocuparemos) ha pasado por
diversos avatares y desencuentros.
No
seré yo quien se moje (expresión más que oportuna tratándose de un puente,
precisamente) y manifieste a pleno pulmón a los cuatro vientos que es más feo
que pegarle a un padre con un calcetín sucio o más bonito que un San Luis; que sea más o menos funcional…, para gustos, los colores. Hay
quien opinará que debería haber sido construido con otro tipo de filosofía, más
acorde con los nobles materiales de los edificios que existen a su alrededor y
a los que se ha pretendido aunar en un conjunto armonioso. Pero si lo que se
pretendía era comunicar un lugar de ocio tan arraigado en los motrileños como
el Paseo de las Explanadas con unos edificios en desuso y francamente
deteriorados que son vestigios colectivos y vivos de nuestra más reciente
historia, ligada intrínseca e íntimamente a la caña de azúcar, ahí se han
equivocado de cabo a rabo. Aunque con una mirada rápida de soslayo bien se nos
pudiera insinuar recordando vagamente a los raíles de un tren que llevara su
dulce carga hacia la fábrica, o que los innumerables paneles de cristal (igual
que una colmena álgida y luminosa) se asemejen de lejos a las vidrieras altivas
y omnipresentes en todos los edificios antiguos de los complejos azucareros, la
verdad es que este puente se encuentra como desubicado, como caído de algún
sitio quién sabe dónde ni porqué, que no concuerda con su entorno ni
esforzándose. Una obra faraónica y petulante. Mejor hubiese cuadrado y primado
la sencillez y lo espartano, que no quiero ni pensar lo que ha podido costar,
con los tiempos que corren. Que no le extrañe a nadie que el visitante se quede
impactado con la imagen de esa gran mole de hierro y cristal y no preste
ninguna atención a lo verdaderamente importante que son los edificios que
narran algo primordial de nuestra historia. Es lo que tienen las modernidades:
muy bonitas, muy extravagantes, pero en el fondo no es lo que pondríamos en la
puerta de casa.
Para
ser justos decir que, aparte de estéticas y materiales, el servicio que hace
este puente es inmenso, como su estructura. No se puede negar que es buena idea y que el paseante se ahorra
una buena caminata si quiere pasar de las Explanadas al recinto de La Alcoholera o viceversa.
Donde antes había que cruzar la carretera del Puerto y luego subir una larga
rampa llena de tierra, polvo, piedras y baches como cráteres (o seguir
caminando un trecho dirección a la playa y acceder al recinto por la piscina
municipal), ahora se pueden salvar estos obstáculos cómoda, fácil y rápidamente
a través del seguro puente. Y eso es de agradecer, señores, pero sin demasiados
aspavientos. Que todos sabemos y conocemos las muchas deficiencias que acumulan
los servicios de todo tipo en nuestra ciudad y que deberían haber sido
prioridad ante cualquier otra cosa.
Por
último, ¿se han fijado ustedes que cada dos por tres aparecen uno o varios
cristales rotos en esta construcción, que son prontamente reparados por
trabajadores del Ayuntamiento?. A este paso no vamos a ganar para cambiar unas
vidrieras que pagamos entre todos (qué manido suena esto, pero que hubieran
puesto cemento, a ver quién es el guapo que puede romperlo de una coz).
Verdaderamente aquí no hay que echarle la culpa ni a los materiales, ni a la
estructura, ni siquiera a la presuntuosidad de ediles o arquitectos. Nadie
tiene que pagar por la negligencia e incapacidad social de unos pocos
desalmados que bien podrían vivir en una cuadra.
Y
es que un puente, sea como sea, nunca debería estar reñido con, al menos, un
ápice de buena educación y civismo. Como el famoso puente sobre el río Kwai,
donde la belleza y dureza de la obra planteada quedaba reducida y supeditada al
trabajo de unos pocos prisioneros de guerra y, sobre todo, a sus sentimientos.
Como la vida misma, vamos.
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