XVII
Imperecedero acostumbra el sol
a regurgitar (¡loca manía de puesta
en escena y atrezzo!),
haces voluminosos que se encadenan
tras el grito mudo del mirlo.
Se oscurece pronto el promontorio:
las sombras campean aligerando
pasos,
el suelo dormita entre el estupor
de saberse cubierto
entre miasmas.
Ahora, que no tiemble, el gorrión
vuela alto
y en su pico lleva, de incógnito,
una paupérrima brizna de broza.
Del poemario "La agonía de la pavesa", de Juanjo Cuenca.-
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