DISPERSIONES

DISPERSIONES

lunes, 12 de marzo de 2012


LA TRANSFORMACIÓN

No se si ustedes se habrán parado a pensar alguna vez en un acontecimiento, cuando menos, curioso. Un acontecimiento que se repite cíclicamente como las plagas de Egipto cada primero de año. Me refiero a LAS REBAJAS, claro, esa fecha soñada con igual anhelo tanto por sufridas amas de casa que apenas llegan a final de mes, como por el más opulento y acomodado de los mortales. Pues sí, como decía, un fenómeno curioso el de las rebajas. Sobre todo si prestamos atención a la transformación tan radical que opera en nuestros ávidos cuerpos y almas. Si no me creen, les invito a pasearse por cualquier comercio de nuestra ciudad que luzca en sus escaparates el tan ansiado cartelito.
Lo primero que nos llama poderosamente la atención es que en rebajas compramos porque sí, porque está barato. Si bien es cierto que hay personas que aguardan estas fechas para hacerse por un precio más económico de algo que necesita desde hace tiempo (unos zapatos, que en los antiguos ya casi asoma la uña del dedo gordo por la puntera; unos pantalones para el niño, que hay que ver cómo crece el condenado que todo se le ha quedado chico; o unas sábanas nuevas para la cama de matrimonio, que ya tienen más “guerra” que la tienda de campaña de un “indignado”), la mayoría de las veces compramos compulsivamente por el mero hecho de que el objeto en cuestión vale unos cuantos euros menos:
- María, ¿no ves que el jersey tiene un pequeño descosido en la manga?.
- Da igual, total, para lo que cuesta…, y seguro que por el descosido aún me hacen más descuento. Mira a ver bien si tiene algún otro roto o alguna mancha, ¡que éste me lo llevo casi regalado!.
Y de nada sirve que tengamos el armario que se nos viene debajo de tantos jerseys que no usamos, o que esa ganga que creemos insuperable termine irremediablemente perdida y olvidada en cualquier cajón de cualquier cómoda: hay que comprar porque son rebajas, coño.
Y entonces las calles se llenan de sufridos maridos, hermanos o padres embutidos en chillones e imposibles jerseys tres tallas menos (ya darán de sí, no te preocupes, que es sólo al principio, nos dicen), que nos hacen detenernos cada quince pasos para tomar aliento de lo ajustados; o zapatos preciosos, sí, pero que nos van haciendo tanto daño que preferiríamos ir con los del dedo gordo por fuera.
- ¡Ay, María!, que me aprietan mucho los zapatos.
- ¡Cómo eres, Luís!. Es que se tienen que ir haciendo al pie.
- Pero es que el otro día me dijo mi amigo Antonio que iba caminando como Chiquito de la Calzada…
- Pues anda que no es exagerado tu amigo Antonio ni ná…
Pero no nos equivoquemos. Las rebajas son, ante todo, un fenómeno de masas. Ya no son sólo las féminas las que se descoyuntan la nuca o se desbaratan el moño tirando como fieras enjauladas de la manga de un abrigo, sino que también los
hombres pugnan ahora en las colas de los comercios para hacerse con la adictiva ganga.
Otro caso curioso es el de la señora que viendo que está tan barato, compra cinco faldas del mismo color y modelo (aunque de diferente talla, gracias al Cielo), para ella, para la hija, la madre y hasta para la abuela, que así lucirá más moderna.
- Pero mamá, ¿y tanta falda?.
- Ay, hija, para lo que me han costado…
¿Y que me dicen de las interminables colas dos horas y media antes de que abra la tienda?. Gente que lo más temprano que se ha levantado en la vida ha sido a las doce del mediodía, son capaces de atrincherarse en la acera frente al escaparate desde las siete de la mañana. Y luego a por churros, con la satisfacción del deber cumplido.
A propósito, ahora dejo de escribir porque tengo que acercarme al maestro zapatero, a ver si me pone la horma para ensancharme un par de tallas las botas. Que como diría mi amigo Chiquito: ¡¡no puedorr, no puedorr!!. Jesús, que cruz…



No hay comentarios:

Publicar un comentario