DISPERSIONES

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viernes, 13 de enero de 2012

COSMOPOLITISMO


Hubo una vez no hace demasiado tiempo, en que encontrarse por la calle paseando, o tomando
un café en una terraza o atendiendo detrás de cualquier mostrador de ropa o
complementos a alguien que no fuese nativo de la piel patria, era casi
anecdótico. Como si todos esos ciudadanos que hoy en día nos son tan familiares
(hablo de rumanos, lituanos, rusos, colombianos, sudafricanos, peruanos,
argentinos, marroquíes y, últimamente, la gran invasión de población china que
nos “esquilman” la cartera desde sus bazares y tiendas de ropa y calzado),
hubiesen estado aletargados, escondidos o, simplemente, desconocieran en qué
lugar de un mapamundi se ubicaba España.

Y hoy, digo, nos resultan tan familiares que hasta seguro tenemos a alguno o alguna casados
con un primo, una hermana o una tía abuela, y no sólo porque ya nos parezca
extraño entrar en un comercio y no ver a un chino que con buena voluntad y
mejor sonrisa nos atienda, ni porque a determinadas horas de la mañana o de la tarde
en algunas zonas de la Avenida de Salobreña y aledaños, o en la Rambla de los
Álamos o en cualquier otro rincón se formen minúsculos corpúsculos de
individuos que van salpicando de acentos irreconocibles las aceras, sino porque
al cabo de los años, nos hemos dado cuenta de que los necesitamos para intentar
purgar nuestros pecados y mala conciencia a base de limosnas o de frágiles
palabras de aliento. Pero con las palabras no se come ni se paga la factura de
la luz. Ni siquiera con las buenas intenciones.

Muchas de estas personas que andaban buscando su particular “El Dorado”, se han dado de
bruces con la cruel realidad y se han dejado los “piños” (literalmente), en el
camino. ¿Qué queda por hacer cuando no te queda nada?. Pues eso, lo que están
pensando: malvivir y malfacer. No echemos balones fuera ni busquemos culpables.
La cosa está así. Es lo que toca.

Este cosmopolitismo, este boom acentuado de crisoles y culturas que vivimos
actualmente (no solo en Motril, claro está, basta con pasearse por cualquier
parque de cualquier ciudad española o europea), también habrá de traernos en el
futuro algo con lo que no contábamos: la indiferencia. Ya lo verán venir. Porque aunque todos somos y
nos consideramos de todos sitios, llegará un día en que habrá, quizás,
demasiadas tiendas de ropa.

Pero todavía yo puedo, a pesar de los pesares y sin temor a equivocarme, gritar a los cuatro
vientos y afirmar que soy “ciudadano de
uno y muchos mundos”.-

Juanjo Cuenca.-

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