Medianamente me desperecé bajo la sombra
de la aljibe solitaria,
oía el rumor de pasos descalzos
entre callejuelas de adoquines
con mil caras;
arrastraba la acémila cuajarones de puertas
que habían caido
sublimes,
a mis pies.
Había ojos contemplando mi rostro enjuto y devastado
como dueño del infortunio;
ojos tristes,
ojos inyectados en hebras
de sangre,
ojos sin ojos.
Todo apuntaba al alba:
la hoguera se desvanecía lentamente
en compás de espera tras mis huesos
flojos.
¿Qué ha quedado de mi vida?.
Sólo ascuas, como rescoldos de un sueño apagado,
pugnando por hacerse ver entre las cenizas.
Del poemario "Las ratas de la conciencia", de Juanjo Cuenca.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario